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Un mes sin Twitter

Hace aproximadamente un mes cerré mi cuenta del “pajarito”. Lo hice después de que un personaje, de esos con los que no compartirías jamás mesa, me echara a los leones después de escribir y difundir un post, de los que escribo en el blog. Una simple lista con tuiteros en el que, por lo visto, encontraba a faltar tuiteras. O, simplemente, quizás encontró a faltar su nombre. Nada, otro de esos berenjenales en los que en trece años de perder el tiempo en Twitter, me había metido. Es lo que tiene interactuar con cierta chusma con la que jamás interactuarías en tu vida real.

Twitter no es un lugar para aprender. Es un lugar para que cuatro aparenten, tres se enfrasquen en discusiones estériles y dos den valor a alguien por el número de seguidores que tiene. En el ámbito (no solo) educativo hay muchos que han conseguido trincar gracias a Twitter. Y otros que han conseguido que les cierren muchas puertas. Es lo que tiene que algunos estúpidos valoren la actividad en esa red como perder el tiempo. Y ya no entro en la desinformación interesada. Joder, es que siempre el número de retuits invocan a la noticia falsa o la manipulación interesada.

Es la red para estar todo el día conectado. A más horas conectado, más horas necesitas estar conectado. Especialmente si tienes la app instalada en tu móvil. Y con mucha más presión que Facebook porque, al menos en el caso de la segunda, la necesidad de respuesta no es tan inmediata. Al menos es lo que he ido comprobando este mes.

He ganado en tiempo y salud mental. He ganado en no tener que escuchar a determinados imbéciles ni personas que, creyendo que hacen bien, siguen siendo también otro tipo de imbéciles. He aligerado la mochila de personas que van repitiendo siempre su mismo discurso de forma muy cansina. He dejado también de hacer, en mi caso, el mismo discurso de siempre. O el que, en ocasiones, matizaba. Esto de Twitter era como varios clubs de fans con mucho tiempo libre que, sin leer ni tan solo lo que uno publicaba, se ponían a difundirlo o a opinar como locos.

He perdido de vista a determinados opinadores educativos, visitadores de obra desde la barrera. Hay mucha gente en las Facultades de Magisterio y Pedagogía o, determinados iluminados hablando de temas educativos en Twitter, que dan muchísimo asco. Ya no digamos algunos que venden motos que no han montado nunca en su centro. Joder, es que ni tan solo tienen carnet. Claro que hay una minoría que no dan arcadas pero, normalmente, no están en las redes sociales. Al menos no están en Twitter (repito Twitter porque Twitter es el espacio más decadente) porque, incluso los hilos que algunos publican de forma neutra, lo hacen para estrategias de venta. También he dejado de leer consignas de unos y de otros. He dejado los debates macro de mucha intensidad puntual por otras reflexiones mucho más sosegadas. Y he empezado a tener tiempo para ciertas cosas y a dedicarme a hacer menos cosas pero más donde tocan. Lo de quejarse en Twitter es de personas con muy poco empuje. Es que he acabado conociendo las estrategias de muchos y su realidad. Realidad que, por cierto, dista mucho de lo que es su día a día.

En Twitter algunos hemos sido tan cenutrios que habíamos encumbrado a mierdas, tanto de personas como de profesionales. O quizás habíamos tratado como mierda a gente que no se lo merecía. Hay mucha gente que necesita cariño. Y no se atreve a crearse una cuenta en Tinder o Grinder. De esos haylos y muchos en la red del pajarito azul. Ya no digamos el mito de la horizontalidad. Esa que tanto defendí también en su momento pero que se ha demostrado algo falaz. No podemos debatir al mismo nivel sobre temas que conocemos y en los que somos especialistas con personas que no conocen, ni quieren saber, ni son especialistas. No se puede. Otro tema es jugar al chascarrillo fácil. Y Twitter hace creer a algunos que son expertos en (…). Bueno, habiendo tantos que se autodenominan expertos o se creen algo siendo un cero a la izquierda, es normal que algunos se hayan creído lo anterior.

Desde que lo he dejado, he podido disfrutar de horas interminables sin que me saltaran notificaciones en mi móvil. He podido desconectar de cosas que, quizás eran importantes para alguien pero, sinceramente, a mí cada vez me interesan menos. He podido escribir mi nuevo libro sin distracciones. He podido, en definitiva, dedicarme ese tiempo que detraía (aunque en los últimos tiempos no de cosas importantes) a otras que valen realmente la pena. Además de haber prescindido completamente de esos trolls que, ahora al jugar solo en mi espacio (el blog) ya les he cerrado el derecho de admisión. Mi casa, mis reglas. Si en mi casa no se escupe ni se insulta, se echa al que lo haga. Es sentido común.

Cada uno puede o no seguir en Twitter. Cada uno puede optar por seguir rebuznando u oyendo rebuznos temporalmente muy subidos de tono. E incluso se puede intentar, sin éxito, convertir Twitter en lo que jamás va a dejar la empresa que sea. Es la libertad de dejarte enganchar por una red que, al igual que todas pero esta en formato muy extremo por el tipo de interacciones a las que te obliga, te incorpora a un gran algoritmo. Pensad si os vale la pena. A mí no. Además, algo que he aprendido este verano y especialmente lo he reafirmado en este último mes es que, por suerte, lo bueno jamás va a encontrarse en Twitter. Ni las personas que puedan aportar algo en mi ámbito profesional. A mí ya no me van ni las “motomamis” ni los “gyales”. Soy así de raro.

Aprovecharé, si me permitís, para haceros spoiler de mi nuevo libro. Bueno, mejor os lo leéis. Siendo una mierda, es muchísimo mejor que el histórico de los tuits de cualquiera de esos que va dando consejos en Twitter. Y ya no entro en ser mucho mejor que lo publicado por alguno de esos a los que os han metido en calzador como expertos empoderadores del asoleamiento anal docente. Aquí tenéis el enlace para haceros con él y aquí tenéis la introducción al mismo. Me sigue dando bastante alergia pasar por Amazon aunque, si en septiembre lo quiero publicar en papel, no me va a quedar más opción.

Finalmente, un detalle que no me gustaría dejar de recordaros: este post es mi opinión personal de algo concreto desde mi óptica y, como siempre, basado en mi experiencia. Así que lo de sentar cátedra dejádselo a vuestro gurú de cabecera. Gurú que, sin redes sociales y servicios interesados de propaganda y promoción del personaje, además de los gilipollas que le hace la ola, sería un mindundi. Por ahora yo estoy por llegar al segundo mes sin Twitter. Al principio costaba no mirar pero, al haber cerrado la cuenta y haberme cargado la app del móvil, ya se va perdiendo la costumbre. Ahora no lo echo nada de menos. Nada.

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2 comentarios

  1. Yo estuve un año y medio sin redes sociales, Jordi. Ninguna. Al final volví porque se conocen proyectos, iniciativas y gente interesante, pero desde luego no es indispensable para vivir. Menos aún en un sector como el nuestro. Si yo volví fue precisamente porque echaba “de menos” tener la posibilidad de leer e interactuar con ciertas personas que aportan.

    Haz lo que venga mejor a tu paz mental, que al final es lo más importante. Muchos seguiremos por aquí leyendo tus reflexiones.

    1. Yo me largué una temporada de Twitter. Creé una nueva cuenta “más higiénica y limpia”. Volví a caer en la adicción. Estaba más pendiente de su uso que de razonamientos sosegados (por suerte me quedaba el blog). Y, después de un último encontronazo (solo ha sido la gota que ha colmado un vaso ya muy lleno), he vuelto a reflexionar acerca de que como aprendizaje dista mucho de ser una red válida. Se ha convertido más en una autopromoción. A día de hoy aporta todavía menos que TikTok. Así que no encuentro motivos para seguir ahí. Le estoy dando una nueva oportunidad a Facebook y a los grupos de Telegram. Al menos son lugares mucho más agradables para el debate. Un abrazo y gracias por tus palabras.

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