Todos tenemos un pasado. En mi caso, en la parte relacionada con mi profesión, tengo un pasado realmente interesante del que no me arrepiento de casi nada pero que, por motivos varios, hace que en estos momentos mi postura acerca de ciertas cuestiones educativas haya cambiado de forma más o menos extrema. No soy el mismo que cuando empecé como docente interino con veintidós años. Han pasado veintitrés y he cambiado. Incluso ahora mismo me hallo en el club de los “desertores de la tiza” (la denominación clásica del desertor de las PDI). Algo que si alguien me lo dice tres años atrás me hubiera reído en su cara pero, al final uno acaba tomando decisiones más o menos contradictorias. O, simplemente, le apetece conocer de primera mano las experiencias que existen a un lado y al otro de la pantalla, amén de otras motivaciones que haya podido tener.

Rebuscando en internet me he encontrado con algunos artículos que escribí hace tiempo (que, por motivos de borrado y refundación, aunque he acabado cayendo en la misma tónica literaria, han desaparecido de este blog) en los que defendía el uso de herramientas de Google e, incluso afirmaba que “lo de ceder los datos del alumnado era una minucia en comparación con lo que ganábamos usando Facebook o alguna otra multinacional del sector tecnológico”. Sí, lo he afirmado tajantemente en el pasado. Ahora, para los que me conocéis un poco, sabéis que he cambiado bastante en mis posicionamientos. Bueno, más bien da la sensación que Google sea mi enemigo mortal. No lo es, pero sí que me preocupa su implantación descontrolada, sin validación por nadie, en muchas de las aulas de nuestro país tanto de Google como de otras herramientas digitales.

He pasado de ser un defensor de la innovación en las aulas y del uso de las TIC a ser alguien que se las cuestiona. De un forofo de quemar la administración educativa a alguien que entiende algo más que está sucediendo tras las bambalinas y ver la razón de ciertas cosas. Eso sí, mi incapacidad de entender la necesidad de sacar leyes y más leyes en educación sigue estando ahí. Al igual que no soportar la segregación escolar en base a la situación socioeconómica de las familias. Por eso no entiendo el modelo de la concertada, aunque sí que empiezo a considerar que quizás la empresa privada puede aportar calidad a una gestión educativa pilotada, por interés en el alumnado y en los docentes, por los gestores públicos. Incluso he podido ver que relacionar calidad con propiedad del servicio cada vez tiene menos que ver. La calidad educativa la hace la comunidad educativa. No la hace la titularidad de los centros educativos. Ojo, que no estoy defendiendo subvencionar con dinero público a la empresa privada. Estoy hablando de pagar por servicios o productos a cambio de que “hagan lo que se les diga desde los que pagan”. Y, en el caso de la concertada, el que debería decir cómo funcionan, qué proceso de contratación tienen y controlar lo que hacen en la misma, debería ser el que les paga. Es algo de sentido común.

También me he dado cuenta, pasando los años, que la utopía de un tropel de docentes maravillosos y preocupados por su alumnado no existe. Hay demasiados docentes que se escaquean de sus funciones. Hay compañeros a los que jamás me encontré en una guardia y que se inventaban las mil y una pirulas, mediante estrategias varias, para no dar ni golpe en su trabajo. Son una minoría pero existen. Y existen en las aulas porque, a diferencia de lo que creía, hay tanta gente dentro como fuera del aula válida y trabajadora. La profesionalidad de uno se demuestra en cualquier contexto. Si uno es vago lo va a ser siempre. Si uno es trabajador, también. Es importante recordar que, más allá del aura vocacional que algunos tienen incorporada en sus cromosomas, la mayoría estamos en educación por la pasta. Eso sí, intentando hacerlo lo mejor que sabemos, podemos y nos dejan.

Mi pasado también incluye ácidos debates en las redes sociales con determinados personajes. Con el tiempo he visto que los culpables no son ellos ni lo que venden. Los culpables (no es muy bien el concepto, pero es el que más me sirve) son los que compran homeopatía educativa. Y hay docentes, grandes profesionales en lo suyo pero no en su capacidad de discernimiento, que van ansiosos con su billetera a comprar esa homeopatía. La conspiración reptiliana se vende muy bien entre todos los estratos sociales y culturales, ergo por qué no van a venderse igual de bien ciertas cosas en educación. Además, seamos sinceros, a mí me parece perfecto que algunos ganen dinero vendiendo lo anterior porque, al final, tampoco ofrecen nada que vaya a perjudicar a nadie porque si uno está en el aula, al final es el alumnado el que marca qué se puede y qué no se puede hacer. Bueno, salvo que viva en los mundos de Yupi de forma permanente. Pero, por suerte, de esos en el aula real y fuera de las redes sociales, hay muy pocos.

Conforme pasan los años me doy cuenta de que si uno no evoluciona y se queda anclado en su pasado está haciendo algo mal con su vida. La evolución, tanto personal como profesional, es imprescindible. Yo, en estos momentos, estoy en un momento de mi vida en el que, al menos a nivel profesional, estoy metido en un proyecto muy interesante al que dedico muchas horas (no sé si productivas o no). Un proyecto que, aparte de consolidar mi cambio de posicionamiento en ciertas cosas, me ha hecho ver que hay muchos colores en educación y que, al final, quedarse solo con el azul o el rosa, es un error. A ver, que yo he pasado de tener un amor imposible con el lila y con las rayas a la hora de vestir, a enamorarme con profundidad del verde fosfi y pasar de las rayas. Creo que esto último ha sido porque me daba la sensación que me hacía gordo. Es lo que tienen las rayas.

No me hagáis mucho caso. Quizás sea otra de esas noches de insomnio, lluvia en el exterior y hastío de la situación. Eso sí, el que diga que no tiene un pasado o se avergüence de él tiene un problema. Lo importante es saber evolucionar y no preocuparse por quien uno era y sí por quien uno es. ¿Qué me deparará el futuro? No lo sé, pero lo que sí que tengo claro es que no se parecerá a mi presente. O, al menos, eso espero. Significará que he evolucionado.


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