Desde hace unos años estoy viendo la gran proliferación de recetarios educativos que, «siempre bien aplicados», van a ser capaces de revolucionar la educación. Recetarios, normalmente escritos por personajes que jamás pisaron el aula, o si lo hicieron fue cuando Manolete todavía estaba vivo, que prometen dar las claves para que el alumnado aprenda.

Yo leo un libro de Arguiñano y, con mayor o menor fortuna, puedo ser capaz de hacer algo de lo que propone. Leo un libro acerca de posiciones eróticas y, quizás en mis buenos tiempos, hubiera sido capaz de ponerme a probar, sin demasiado riesgo, alguna de las propuestas que se planteaban. Y, seguramente, tanto en el primer caso como en el segundo, hubiera mejorado mi alimentación y mi vida sexual. O quizás no. Pero, al menos en ambos casos, hubiera habido posibilidades de hacerlo. Más que nada porque, salvo que el segundo libro estuviera escrito por curas, se basan en la práctica y la experiencia.

Ahora me chirría cada vez que escucho a alguien en un púlpito decir cómo se debe dar clase. Además, me duelen los oídos al escuchar que, con su método infalible, el alumnado va a ser capaz de avanzar millas en su aprendizaje. No sé. Quizás es que dar clase me haga ver las cosas de otra manera y, a lo mejor, solo a lo mejor, resulta que lo que puedo usar para que Juan aprenda no es lo mismo que puedo usar para Lucía. Y ya no entro en Rachid, Beatriz, Joana o Martina. Es que, al final esto de las recetas mágicas en educación solo funcionan fuera del aula. Al igual que esos vídeos tan chulos que suben algunos a las redes sociales en las que su alumnado hace las cosas que les dicen en un espectáculo digno de un concierto de Rosalía. En este último caso insisto en el tema de protección de datos. Pero bueno, si uno cuelga imágenes de su aula, a lo mejor le importa más la visibilidad y el postureo que la protección de la privacidad de su alumnado.

Ojalá existiera un recetario educativo. Ojalá hubiera libros de pedagogía en los que, alguien con evidencias, te dijera qué va a funcionar en tu clase. Ojalá la educación de aula fuera sota, caballo y rey. El problema es que, lamentablemente para toda la comunidad educativa (léase alumnado, profesorado y familias), la cosa no es tan sencilla.

La mejor receta para dar clase es saber de lo tuyo y tener experiencia para poder adaptarte al alumnado que tienes delante. No hay recetas mágicas. No hay calderos en los que elaborar pociones que convierten al alumnado en seres ávidos de aprender, ni a docentes en magos capaces de iluminar con su sapiencia a ese alumnado que tiene delante.

Algunos siguen vendiendo recetas. Otros criticamos esos recetarios que nos intentan vender. El problema, como siempre digo, es que el discurso que se amplifica es el del que, con mucho aparato mediático detrás, venden esas recetas milagro. Ahí poco se puede hacer. Bueno, seguir diciendo que «los recetarios educativos no existen». Y esperar que alguien se dé cuenta de ello.

Los libros de recetas educativas se venden muy bien. Las charlas de esos vendedores de recetas, también. Una pena.

Como estoy haciendo en los últimos artículos, os recomiendo mi nuevo libro sobre educación para mayores de dieciocho, “Educación 6.9: fábrica de gurús”. Lo podéis adquirir aquí (en versión digital o papel) o en ese pop-up tan molesto que os sale. Y sí, me haría mucha ilusión que fuera uno de los diez libros más vendidos sobre educación este curso. 😉


Descubre más desde XarxaTIC

Suscríbete y recibe las últimas entradas en tu correo electrónico.