Hoy me he levantado de un duermevela permanente con una pregunta en la cabeza. Una pregunta muy relacionada con esa minoría de alumnado que, dentro de las aulas, impiden que sus compañeros avancen o, simplemente, se dedican a pasear por los centros educativos haciendo el mal.
Siempre he creído en el bien de la mayoría y en que, determinadas actitudes que tiene un porcentaje mínimo (repito lo de mínimo), perjudican especialmente a los más vulnerables. Un mal ambiente en el aula no debería consentirse. Y matizo lo de mal ambiente porque, al final, un mal ambiente no es que haya un alumno comiendo chicle. Un mal ambiente es que alguien impida que se dé clase con normalidad o, como sucede en ocasiones, haya discusiones en las que acaba siendo insultado, escupido o zarandeado el docente. Especialmente, en este caso, las docentes. Este tipo de alumnado sabe muy bien regular con quién pueden hacer ciertas cosas y con quiénes no. Salvo, claro está, una minoría de ellos que no sabe regularse de ninguna manera.
Entonces, ¿por qué, especialmente en las redes sociales y por parte de personas que no trabajan en esos grupos donde el porcentaje de este alumnado es relevante, siempre se buscan los motivos frente a los hechos? ¿Por qué en lugar de sancionar se dedican a buscar el diálogo cuando, por repetición de las conductas de este alumnado, se sabe que no va a ser posible que remitan en sus actitudes? ¿Por qué se permite que campen como corzos salvajes por los centros educativos y hagan lo que les dé la gana? Sí, pasa. Negar que hay alumnado disruptivo en los centros educativos, que hace lo que quiere y tiene tomada la medida al sistema, es hacer un flaco favor para solucionar el sistema.
Cuando hay alumnado que hace bullying a uno de sus compañeros, es el que ha sido sometido a bullying el que tiene que cambiar de centro educativa. Cuando pasan determinadas cosas, parece que por hache o por be, haya alumnado que esté eximido de ser culpabilizado. Y siempre se busca darles la palmadita en la espalda porque, o bien nos apiadamos de sus situaciones familiares o bien se les tiene miedo. Hay alumnado que inspira miedo y terror. No solo entre sus compañeros. También entre el colectivo docente. Y quién me diga que no es así, miente. Mentir va bien para reconocer una situación que, por desgracia, es cada vez más habitual.
¿Qué hacemos con este alumnado? ¿Pedimos más recursos? Vale. ¿Y si no los tenemos? ¿Y si cuando llegan, el comportamiento de estos alumnos sigue siendo el mismo? ¿Qué hacemos con los que impiden dar clase de forma habitual? Joder, si hasta se permite que alumnos continúen en el mismo centro en el que apuñalan a docentes o vuelven, después de unos días, al mismo centro en el que rompieron la cabeza a un compañero que osó ponerse en medio o, simplemente, estaba por ahí. ¿Qué hacemos con ese alumnado? ¿Cómo podemos hacer que ese alumnado no impida las posibilidades de aprendizaje de sus compañeros?
Lo sé. Seguramente hay argumentos de comprensividad e inclusión que son mucho más importantes que el beneficio de la mayoría de alumnado o de la simple convivencia en el centro. Pero, ¿qué capacidad de diálogo es el límite con este alumnado? ¿Qué pasa cuando es un día sí y al otro, después de decenas de charlas con él y con sus familias, también? ¿Debe permitirse que sea el docente el que deba imponerse en el aula o, simplemente, eso debería venir de serie? Yo creo, como siempre he dicho, que el docente debe poder dar clase y tener, tanto las herramientas como disponer del clima para ello. Es que a mí el discurso de «tener que ganarte a los disruptivos» no me va. Otro tema es que deba enseñarse bien lo que toca enseñar. Pero ahí estaríamos hablando de otro debate.
A ver, yo espero vuestras respuestas. Es que estos días he visto el siguiente vídeo en X (enlace) y me ha sorprendido la respuesta de la que es, por lo visto, la responsable educativa de Escocia cuando intenta justificar una situación (ficticia, pero que puede suceder) de agresión a una docente embarazada por parte de un alumno. Si esa situación se diera, seguro que para algunos sería culpa de la docente y por eso se lo tendría bien merecido. Es que, como bien sabemos, hay gente que es capaz de justificar o minimizar ciertas barbaridades. Tan solo hace falta pasearse por los comentarios de las diferentes noticias en los medios o, simplemente, pasarse por alguna red social. Y sí, también hay docentes capaces de justificar este tipo de agresiones y el comportamiento disruptivo del alumnado en las aulas salvo, claro está, cuando les pasa a ellos. Entonces piden todas las medidas sancionadoras del mundo. La doble vara de medir.
Sé que gestionar la disrupción en las aulas, que va aumentando a diario, es algo difícil. Es por ello que en este artículo os pido soluciones, especialmente a aquellos que consideráis mayor el derecho de un alumno disruptivo que el de todos sus compañeros y de los docentes que les dan clase, para que ese derecho no interfiera en el de los demás. Gracias por esas soluciones que, seguro, me vais a decir. A mí, salvo la sanción y el apartar a ese alumnado, en caso de reincidir en su disrupción, de las aulas y del propio centro educativo, recibiendo atención educativa en otros lugares, no se me ocurre ninguna. Seguro que las hay y por ello las espero con ansias. Eso sí, por favor, que sean realizables.
Un detalle que no quiero que se me olvide antes de finalizar el artículo… que uno no haya tenido problemas en su aula, no implica que no haya visto a este tipo de alumnado comportarse en otras o por los pasillos de su centro. Lo mismo para el umbral de tolerancia de la disrupción. Hay docentes que toleran más y otros menos. El problema no lo tenemos especialmente nosotros (que también). El problema lo tiene el alumnado que se encuentra en las mismas aulas que ellos un montón de horas a la semana. Ellos también son alumnos. Y, como mínimo, igual de importantes que los disruptivos. Las aulas y los centros educativos deben ser espacios seguros para ellos.
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Hace dos años, me tocó un grupo de tercero de la eso de 28 alumnos de los que más de la mitad eran disruptivos. Les daba música y encima los viernes a última hora. Aquello era la jungla, la ciudad sin ley. Al principio fue muy duro. Salía literalmente corriendo del instituto para huir de aquello. Eso te destruye o te hace más fuerte. Y fue lo segundo. Empecé a utilizar tapones en los oídos porque el ruido era insoportable y a dar la clase como si no pasara nada. Aprendí a dejar mi alma fuera justo antes de entrar al aula y me juré que esa situación no me afectaría en lo personal y así fue. Conseguí salir de esas clases igual que como había entrado.
Ahora estoy en otro centro y lo que otros compañeros llaman alumnos disruptivos, a mí me parecen hermanitas de la caridad.
Tengo clarísima la solución pero no es realizable. Por lo menos me voy a dar el gustazo de decirla:
1. Educación obligatoria hasta los 14 años. Y prohibición de continuar los estudios de la ESO a los alumnos con mal expediente académico. Tendrían la opción de la fp o ponerse a trabajar.
2. Primero y segundo de la eso vuelta al colegio convertido en séptimo y octavo de primaria.
3. Ratios de 12 alumnos por clase con dos profesores en el aula.
Resultado: desaparición inmediata del 99% del alumnado disruptivo y aumento exponencial de premios nobel españoles en las siguientes décadas.
Creo que mezclas en el primer punto que planteas como «solución» a alumnado disruptivo con alumnado que tiene mal expediente académico. No es lo mismo. Un saludo.
Cuál es la diferencia?
El alumnado disruptivo tiene problemas de comportamiento, mientras que hay alumnado «que no llega» no por culpa de su comportamiento. El alumnado disruptivo no siempre es alumnado «que no llega». Es alumnado conflictivo. La diferencia está clara.
Por un lado estoy de acuerdo con Jordi, es importante contar con estrategias para saber llevar este tipo de alumnado, pero por el otro, y como comenta otro usuario más arriba, al no existir consecuencias eso también hace que nos quedemos desprovistos del que debería ser el último recurso (y repito que debería ser la última, la expulsión).
Hoy en día parece que expulsar a un alumno está muy mal visto, da igual de qué manera se comporte que no tendrá ningún tipo de consecuencia, y eso a la larga le puede crear muchos conflictos, sobretodo los que están en la FP (dónde me refiero por ejemplo al tema de la puntualidad, dónde tengo comprobado que algunos ésto no lo respetan para nada).
Pero vaya, que yo no vería mal recuperar según qué derechos o recursos deberían contar los docentes, siempre y cuando sean la última bala que te queda en la recámara y antes hayas intentado de todo.
Totalmente de acuerdo. He sido director de IES muchos años y he discutido mucho con Orientadores, mis propios jefes de estudios, etc. Al final, el tiempo siempre me ha dado la razón. A los malos no se les cambia. Es algo parecido a las multas de tráfico, provablemente la mayoría de nosotros si no fuera por el MIEDO a la multa (sí, es el dinero estúpido) no cumpliríamos muchas normas de circulación. Pues los chavales igual.
Siempre recomendé a todos mis compañeros el uso del parte de expulsión y el expediente con un umbral de tolerancia bajo pero sin enfadarse ni «echar broncas» (eso sus padres, si les parece oportuno)
Cuando algún «buenista» me decía que echándolos no se solucionaba un problema siempre les decía -¿Cuántos alumnos hay en su clase? ¿30? Pues tienes razón, No se soluciona un problema, se solucionan 29.
Un saludo
El problema fundamental es el que dices: si tenemos un solo alumno disruptivo en una clase de 30 estamos perjudicando a 29. Y eso, sin recursos o algún sistema «milagroso» (que no existe, salvo que cambie mucho la normativa y la situación social), es algo que no deberíamos permitir. Un saludo de vuelta y gracias por contar tu experiencia.
El alumnado disruptivo es disruptivo porque el sistema no permite que haya consecuencias; si hubiese consecuencias, no serían tan disruptivos. Si se les pudiese castigar por romper el ritmo de la clase no haría falta castigarlos, porque se frenarían para evitar el castigo. Está claro que sería mejor que entendiesen la importancia de portarse bien que no el miedo al castigo, pero mejor el miedo al castigo que lo que tenemos ahora. Yo al alumnado disruptivo lo sacaría del aula y lo pondría a cavar zanjas y a echar cemento en las zanjas. Al próximo disruptivo, le sacaría para romper el cemento de la zanja con un pico y rellenar la zanja con tierra, y otra vez a comenzar. Cuando llevaran media zanja se acababan las disrupciones. Y si a alguno de verdad le gusta lo de hacer zanjas, de le pone en una básica de albañilería, y que se saque el nivel 1 de albañil (pero no la ESO, si quiere la ESO que esté en la ESO, que ese es otro de los problemas). Un abrazo,
Creo que lo que comentas es el mayor de los males en relación con la educación y con los jóvenes en general: ha dejado de haber consecuencias cuando incumplen las normas. No siempre, pero sí en general. Y eso da una sensación de impunidad que es desmoralizante para quien intenta sustentar unas normas; desmotivadora para los que sí las cumplen; alentadora para los incumplidores.
Yo no los llevaría a cavar zanjas. Especialmente si quiero que la zanja salga bien (¡es broma!). Lo que sí que haría, y además es lo que comento/insinúo en el artículo, es usar estrategias para que ese alumnado no perjudique al resto de la clase. Uno de vuelta.