En la vida cotidiana, una hoja de papel arrugada es un símbolo poderoso de la permanencia de ciertas acciones y decisiones. Una vez que la hoja ha sido arrugada, jamás podrá recuperar su estado original, por mucho que intentemos alisarla. Esta simple observación, que últimamente me han repetido en varias ocasiones, me lleva a una profunda reflexión sobre la educación y los procesos de aprendizaje. Lo sé. En ocasiones reflexiono más de la cuenta. Entre esto y la dificultad de saber encontrar el punto óptimo de ciertas cosas…

En educación, el concepto de irreversibilidad es omnipresente. Las experiencias vividas, las lecciones aprendidas y los errores cometidos dejan una marca indeleble en la mente del alumnado. Al igual que la hoja de papel arrugada, ellos son moldeados por cada interacción, cada éxito y cada fracaso, convirtiéndose en un reflejo de su recorrido educativo. Pero, ¿realmente es esto algo negativo?

Lejos de ser una limitación, la irreversibilidad es una oportunidad. Cada arruga en la hoja de papel representa una historia, una lección aprendida y un crecimiento personal. En lugar de lamentar la imposibilidad de volver al estado original, deberíamos abrazar estas marcas como evidencia del viaje y del progreso alcanzado. La educación no se trata de mantener una superficie impecable, sino de enriquecerla con experiencias significativas.

En el aula, los docentes deberíamos reconocer y valorar las «arrugas» de nuestro alumnado. Los errores y las dificultades no son fallos, sino oportunidades para crecer. Al igual que un papel arrugado puede adquirir una textura interesante y única, el alumnado que enfrenta y supera desafíos desarrollan una resiliencia y una profundidad de carácter que no podrían obtener de otra manera.

Además, este enfoque nos invita a reconsiderar las expectativas que ponemos sobre ellos. La perfección no es el objetivo. El verdadero aprendizaje proviene de enfrentar y superar las imperfecciones. La educación debe ser un espacio seguro para experimentar, cometer errores y aprender de ellos, sin el temor de ser juzgados por no cumplir con un estándar inalcanzable de «perfección». Sin olvidarnos, claro está, de que una cosa es no ser perfecto y la otra ser incapaces de aprender.

Finalmente, la metáfora del papel arrugado me recuerda la importancia de la empatía y la comprensión en la educación. Cada alumno lleva consigo una historia única, llena de arrugas y dobleces que han moldeado su personalidad y su perspectiva del mundo. Como docentes, nuestra tarea es apoyar y guiar a los estudiantes en su viaje, ayudándolos a ver el valor en sus propias «arrugas» y a encontrar la belleza en su propio crecimiento. Algo que, por mucho que algunos cuestionen, es algo que hacen la inmensa mayoría de docentes.

La imposibilidad de que una hoja de papel vuelva a su estado original no es una limitación, sino una invitación a abrazar la imperfección y a valorar el viaje educativo. Al hacerlo, podemos crear un entorno educativo más enriquecedor y humano, donde cada arruga es un testimonio del aprendizaje y del crecimiento personal.

¿No creéis que es hora de empezar a apreciar las arrugas en las hojas de papel? También en las nuestras porque, al final, una nueva libreta llena de hojas no tiene ningún sentido si no hay unas arrugas previas que puedan conformar el principio de lo que se va a escribir en la misma.

Hoy, otro día lluvioso más, me apetecía escribir esto porque, al final, hay cosas que uno jamás ha de perder. Y entre ellas, esas hojas de papel arrugadas que a algunos nos gusta conservar.


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