Mejorar la educación no es tarea fácil. No es tarea fácil porque, ni con toda la investigación y recursos disponibles, en ocasiones es imposible mejorar el aprendizaje de Juan, Khalid, Laura o Svetlana. Y es imposible por motivos que vamos a desconocer o factores que es imposible que, por desgracia, podamos controlar exclusivamente desde el sistema educativo. Y eso, por desgracia, es algo que a mí me entristece. Me gustaría, como en ocasiones he soñado, tener una varita mágica y poder tomar unas decisiones profesionales que supiera que van a ser infalibles. Infalibles, y permitidme insistir en ello, para todo el alumnado.
La neurociencia nos empieza a dar algunas indicaciones de cosas que PUEDEN funcionar. Eso sí, nos dan indicaciones. Y nos da indicaciones la investigación. No sirve de nada ver un montón de cerebros coloreados, ni manipulaciones interesadas diciendo que la neurociencia es el maná que algunos intentan vendernos. No lo es. El cerebro está muy poco investigado. Demasiado poco para mi gusto. Así que no digamos la relación del mismo y de las relaciones sinápticas que se establecen en las diferentes partes del mismo. Hay mucho por saber. Hay demasiados que hablan acerca de suposiciones o de realidades que les gustaría que fueran pero, como me dijo alguien que estudia estas cosas desde hace bastante tiempo, estamos ahora en esa zona gris que todavía no nos permite asegurar qué va a haber al otro lado de la misma.
Lo mismo sucede con metodologías o herramientas milagro. Estoy harto de que cada cierto tiempo aparezca una metodología que lo va a revolucionar todo. De ver como aparecen determinadas siglas que, evolucionando con el tiempo, acaban siendo otra sigla más dentro del maremágnum de la tertulia educativa de algunos. De intentar racionalizar la sinrazón de algunos cuando hablan de milagros o estrategias efectivas. Y ya no entro en aquellos que, sabiendo que algo no funciona, lo intentan convertir en algo sagrado para la mejora educativa. Esto no funciona así. En educación no existen milagros. Existe mucho trabajo tras ciertas cosas. Mucho trabajo que, en más ocasiones de las que nos gustaría, no funciona. Contextos demasiado complejos para ser analizados con una simple fórmula matemática. E investigaciones que, aunque estén bien diseñadas, no acaban funcionando con todo el alumnado. Ojalá no fuera así. Ojalá supiéramos, a ciencia cierta, que si hacemos A vamos a obtener B.
En el párrafo anterior no estoy defendiendo que no existan ni debamos leer investigaciones educativas. Estoy afirmando lo contrario. Debemos investigar y tomar decisiones informadas para mejorar las cosas (no solo) en educación. Lo que estoy diciendo es que todo es mucho más complicado de lo que algunos nos dicen o venden desde sus púlpitos. Incluso en ocasiones nos venden productos de dudosa calidad. Conviene, como he dicho en más de una ocasión, dudar de todo y de todos. La duda, al final, es la clave de todo lo que podemos hacer y nos va a permitir cambiar nuestra apuesta educativa. Además, en el caso de la educación no es jugar al negro o al rojo. Hay muchísima más gama de colores. Y muchos tonos en dicha gama, que hacen combinaciones infinitas.
Otra cuestión importante son los resultados y el tiempo que vamos a necesitar en verlos. No hay resultados inmediatos. Si tomamos una decisión, los resultados de la misma no se van a ver al momento. Yo puedo decidir incorporar pimiento en la paella y, en unas pocas horas voy a ver los resultados. En el caso del alumnado no es tan fácil. Menos todavía aislar los resultados de nuestra praxis docente. Dentro de su cómputo horario diario, una asignatura es irrelevante y difícil de medir su afección. Especialmente a corto plazo. Y, por ahora, seguimos centrados en el corto plazo. La urgencia frente a la importancia. Apagar el fuego frente a establecer medidas que haga imposible que exista el mismo. Necesidad personal de ver resultados inmediatos. El problema es que no son así de inmediatos aunque, en caso de que algo no funcione, sí que deberíamos actuar con inmediatez para corregirlo. No viene a ser lo mismo.
Y, finalmente, os recomiendo que si veis o leéis a un cuentacuentos en las redes sociales que, siempre de forma sesgada, solo hable de sus éxitos profesionales o de lo mucho que sabe, huyáis de esa persona. Los cuentos están muy bien para contarse desde un púlpito, enardecer corazones o, simplemente, sustituir nuestra serie de ficción favorita por un maravilloso cuento educativo con final feliz. A todo el mundo nos gustan los finales felices. El problema es que esos finales felices que se cuentan, esas cosas que han funcionado sin ningún tipo de duda en el aula de otro y esos vídeos o publicaciones en las que hay más del «yo» que de «ellos» son, por desgracia, igual de falsos que esos duros, reconvertidos en euros, de chocolate, que siempre acaban cayendo de las piñatas o cagando «el tió».
No renuncio ni renunciaré jamás a que puedan mejorarse las cosas en educación. Permitidme, no obstante, renunciar a soluciones fáciles, resultados a corto plazo o visiones subjetivas y sesgadas. Es todo mucho más complicado y, como bien habéis podido comprobar, tanto en vuestras aulas como en otros ámbitos de vuestra vida, hay mucho trabajo y resultados contradictorios antes de conseguir ciertas cosas.
Disfrutad del festivo los que lo tengáis. Eso sí, recordad que las programaciones no se hacen solas. Bueno, a veces, tirando un poco de chatGTP. He dicho «un poco». No os vengáis arriba.
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