¿Os imagináis que, dentro del modelo de libertad de expresión que tanto defienden algunos, defendiera que a todos los docentes innovadores se les pegara un tiro en la nuca o se les destrozara el cráneo con un piolet? ¿Imagináis por un momento qué supondría que, acudiendo al mismo discurso de algunos, pidiera poner una bomba en el Ministerio de Educación ya que, al ser los políticos que lo gestionan personas públicas, se justificaría pedir su exterminio? ¿Os imagináis que lo hiciera en prosa, verso o canción? O, simplemente, mediante un vídeo colgado en YouTube. Sería libertad de expresión en mayúsculas. Y ya si azuzo al personal para salir a la calle a quemar ordenadores o hacer fogatas con el libro de Ken Robinson porque, tal y como creo, sé que nada se consigue sin violencia (y además lo justifico), ¿qué creéis que me pasaría?
Pues sí, posiblemente acabaría sentado delante de un juez. Además, en caso de tener antecedentes, por haber roto la chupa de cuero a César Bona, estropearle el plató a David Calle o haberle tirado la sandía a María Acaso, sería bastante probable que acabara con mis huesos en la cárcel. Eso sí, no veo a los profesaurios saliendo en mi defensa. Es que los docentes, como siempre digo, nos hemos aburguesado. Como mucho alguno haría algún tuit de apoyo. O, viendo el percal, hasta son capaces de sentir lástima por los innovadores y me tildan de enemigo público.
Me preocupa el concepto de libertad de expresión como algo sin límites. No creo que haya libertad absoluta para decir lo que uno quiera. Hay cosas que, nos gusten más o menos, están al margen de la ley. Y hay legislación acerca de qué es libertad de expresión y qué no lo es. Claro que me encantaría poder pedir el empalamiento de alguno de esos youtubers que se han ido a Andorra pero, por suerte, ni ellos pueden pedir mi muerte ni yo la suya. Puedo soñar muchas cosas pero, de ahí a afirmar en las redes sociales que si fuera por Andorra y les viera les rompería la cara con el lápiz de memoria en el que siempre llevo el Programa Padre, va un largo trecho.
Acudir al concepto de libertad de expresión para defender las ideas de uno, atentando contra los derechos fundamentales de otro, es algo que me preocupa. Me preocupa tanto el tipo que destripa canciones, como la tipa que defiende revisionismos históricos para justificar asesinatos en masa. Me preocupa tanto el que ejerce de racista en sus hechos como el que defiende el racismo. Es que hasta hay gente que justifica darle una hostia a su mujer porque ha tenido un mal día. Y eso no debería permitirse. Pero ni a unos ni a otros. La libertad de expresión y su defensa (o limitación) va más allá de la ideología de uno. O, al menos, debería ir mucho más allá.
Como bonus track de este post incoherente, escrito desde una óptica muy personal, os voy a «arreglar» esa imagen que tanto se comparte en las redes sociales acerca de la necesidad de prohibir a determinadas ideologías y partidos políticos, atribuido torticeramente a lo que dijo Karl Popper.
En realidad lo que dijo es que la tolerancia ilimitada puede llevar a la desaparición de la tolerancia. Intolerante, es por cierto, el que usa como argumento la violencia. Y, como bien dice Popper, basta con que un grupo mayoritario declare intolerante a otro, para prohibir así sus ideas.
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