La educación es ese ámbito, al igual que en el fútbol o en otros deportes, donde todo el mundo tiene una opinión. Esa opinión la tiene desde el reponedor de piñas en Mercadona hasta el último gurú digital, que ha decidido que la instalación de una fuente activadora del Feng Shui es la solución para todos los problemas del sistema educativo.

Y aquí estoy yo. Un tipo con un blog, docente a temporadas e indecente las menos, intentando navegar por este mar de sabiduría no solicitada.

Primero está el opinador educativo en las redes sociales o, como el personaje que está tras este blog que estáis leyendo, que tecleamos fervorosamente sobre innovaciones pedagógicas o soluciones, más o menos (in)cómodas, para nuestro sistema educativo en coma. Como defensa hacia mi persona diré que no soy de los que no he pisado un aula desde que se creó la escritura cuneiforme o se extinguieron los dinosauros.

Estos días seguramente habréis leído a alguien que ha publicado “diez maneras de revolucionar la educación con un lápiz”. O, seguramente, en caso de que tengáis mucho tiempo libre, algún vídeo de alguien recomendando “cómo enfocar el nuevo curso”, “ofertaros una agenda maravillosa” o, simplemente, reflexionando acerca del “nivel de los pantanos”. Es que con tanto tiempo libre, que permite incluso presentar el libro de uno a principios de curso, seguramente algunos podrían intentar trabajar para mejorar en su profesión. Pero nada. Es mucho más cómodo pasarse el día en las redes sociales criticando a todos aquellos que no piensan como ellos desde, normalmente, un sofá que aumenta el tamaño de las orejas del publicador digital.

También tenemos a los expertos en políticas educativas que salen en los medios un día sí y al otro también. Personajes con trajes impecables, estadísticas de colores y gráficos de PowerPoint, que nos aseguran que algo va a funcionar de tal o cual forma. Porque, claro está, los datos sin más, cocinados a demanda, son palabra de biblia educativa. Lo de gritar Eureka, mientras los docentes ven otra cosa en sus aulas, es algo que está cada vez más en boga para algunos. Eso sí, que se cuestionen los datos y su interpretación, no implica que los datos no sean necesarios. Lo son. Y mucho.

¿Y los innovadores tecnológicos? Son esos que prometen que la última app que venden o han probado, hará que el alumnado aprenda cálculo diferencial y sabrá resolver integrales dobles mientras juegan con la tablet. Es interactivo, dicen. Como si la interactividad fuera una varita mágica y no otra forma de decir… ¡mira, algo que brilla en una pantalla!

Finalmente están los docentes de aula, los que la gestionan dentro y fuera como pueden y los que, sacando horas de muchos lugares, aportan su granito de arena como familias. Hay hordas de docentes clasificando libros en los centros, adecuando las aulas y, cómo no, preparando, una vez conocidos los cursos que les toca dar, cómo enfocar sus estrategias metodológicas para dar clase. Docentes que van muy justos de tiempo. Docentes que, curiosamente, hacen caso a todos aquellos mindundis que tienen un perfil en redes sociales y cuya asiduidad en las mismas es, a nivel de tiempos, brutal. Es que algunos, entre hacer o contar cosas que no hacen en las redes sociales lo tienen claro.

Siento si soy irónico pero, ¿no estáis leyendo hoy en este artículo cómo no perder tiempo en educación? ¿No os parece contradictorio? Es como asistir a una conferencia sobre procastinación y llegar tarde el ponente porque está viendo vídeos de gatitos.

¿Mi consejo? Tómate un café, cierra todas esas pestañas del navegador llenas de “consejos pedagógicos”, y confía en tu instinto. Al final del día, el arte de enseñar no viene en una entrada de blog o en una publicación en las redes sociales. Viene de la experiencia, de esos momentos de conexión con el alumnado, y sí, también de los fracasos que nadie menciona en sus teorías educativas.

En resumen, si quieres ser un buen docente, aprende a ignorar con elegancia. Ignora a los que nunca han lidiado con un grupo de treinta alumnos de etapas obligatorias un viernes a última hora. Ignora las modas que vienen y van como las estaciones. Y sobre todo, ignora la idea de que hay una fórmula mágica para educar. Hay investigaciones, contextos y muchas dudas.

Si habéis llegado hasta aquí sabréis que, quizás y solo quizás, habréis perdido un poco de vuestro tiempo leyendo como alguien está criticando lo que él mismo critica y que, curiosamente, también acaba haciendo. No os lo toméis a mal.

He escrito este despropósito en ocho minutos, lo he revisado en uno y he encontrado una imagen en medio. Estoy para medalla.


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