Me parece fantástico que uno quiera trabajar por proyectos, haga vídeos para que su alumnado los vea en casa o, simplemente, decida que es malo para su alumnado que tengan deberes. Me parece fantástico que alguien haga o no exámenes para evaluar a su alumnado. Puedo entender que haya gente a la que le guste leer a César Bona, se encandile con el vídeo de Ken Robinson, o se emocione escuchando a Mar Romera. Incluso me parece fantástico que uno decida disfrazarse de payaso para dar clase o que dé la clase en pijama. Incluso puedo llegar a aceptar que uno decida usar o no el libro de texto, dé las clases a golpe de cante flamenco, o ponga una bola discotequera en su aula.

Puedo decir que las evidencias dicen que hay cosas que chirrían pero, al no conocer el aula en la que trabajan (los que lo hacen), puedo no tener muy en cuenta el contexto. Y por eso quizás hay cosas que puedan adaptarse a ese contexto. O quizás no se adaptan, pero ahí es donde entra la función de los que deben vigilar que el alumnado aprenda. No soy yo el que debo censurar qué hacen o qué dejan de hacer. No soy yo el que debo preocuparme por si su alumnado empeora en aprendizajes. No soy yo el que, salvo hacer la crítica por aquí o en las redes sociales, debo presentar una queja formal acerca de lo que está haciendo alguien libremente en su aula. No soy juez, ni parte, ni jurado. Puedo ciscarme en ciertas prácticas «viejopedagógicas» pero, más allá de lo anterior, yo solo doy clase en mi aula. No tengo ninguna responsabilidad más allá de con mi alumnado.

El problema es cuando algunos tratan de imponer su manera de dar clase. Cuando hay centros educativos en los que se dispone que deba usarse tal o cual material, dar la clase de una determinada manera o, simplemente, se pone en la picota al docente que no sigue unos determinados dictámenes pedagógicos ante los padres. No debería imponerse el ABP, tampoco el ABN, ni el Flipped, ni la gamificación. La educación no funciona así. O no debería funcionar así. Lo de los censores en educación, legislando por encima de sus posibilidades, hace que acabemos teniendo a los profesionales cabreados. ¿Os imagináis que un centro dijera que no puede trabajarse por proyectos? ¿Os imagináis que la administración dijera que a partir de ahora está prohibido que el alumnado haga dictados para escribir con menos faltas? ¿Os imagináis que alguien dijera que no se explicaran los factores de conversión porque solo puede explicarse la regla de tres? Pues esto está pasando en la actualidad. Precisamente avalado por los que dicen «que quieren libertad de experimentar sus métodos innovadores de enseñanza». Curioso.

Lo único que pido como docente es que me dejen dar clase. Tengo medio claro qué funciona y qué no funciona en mi aula. Puedo ir cambiando de metodología en función de cómo vea que reacciona mi alumnado. Podría incluso, si viera que es positivo y no tuviera tanta vergüenza, ponerme a dar clase en zapatillas de ir por casa. Por ello no entiendo tanta manía que tienen algunos de actuar de censores con sus compañeros. Y lo hacen siendo unos mindundis que, curiosamente después se quejan amargamente de que «debe apoyarse su metodología». Menos ombliguismo y más laissez faire.

El problema que tenemos algunos con la «innovación», las competencias (por lo visto antes del 2006, que no estaba en el papel, los docentes se dedicaban a moler al alumnado a latigazos haciéndoles recitar la lista de los Reyes Godos del derecho y del revés), los inquisidores y los absolutistas pedagógicos es que, lamentablemente, se dedican a juzgar a los demás por no estar acorde con sus parámetros acerca de la «luz educativa». Algunos somos menos de fe y más de hechos. Y, repito, lo único que pedimos es que nos dejen usar las herramientas que deseemos, las estrategias didácticas que consideremos oportunas y nos doten, los que pueden, de recursos suficientes para atender a nuestro alumnado.

A ver si al final va a resultar que los que piden libertad para experimentar son los que menos libertad quieren dar a los demás. Experimentos que implican a alumnado. Experimentos que, como se ha dicho siempre, deberían ser con gaseosa porque nos jugamos mucho. Ni lo de antes era maravilloso, ni lo de ahora lo es. Quizás convendría más dejar hacer a los profesionales. A los que hacen y no a los que venden que hacen porque, al final, somos los que damos la cara.

No sé si me he explicado bien. Como le he dicho hoy en Twitter a alguien, mi capacidad de síntesis empeora conforme voy hilvanando un redactado.

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