Este curso no me he reincorporado al aula. No es relevante para el artículo y, aunque a algunos les apetezca incidir en ello para cuestionar lo que escribo, tan solo decirles que llevo más años dando clase en mi bagaje profesional, en grupos de ESO y Bachillerato, que cualquiera de ellos. Pero, repito. Lo anterior es totalmente irrelevante para las líneas que vienen a continuación.
Soy alguien que creo en la educación como ascensor social. Tengo muy claro que las cartas que le tocan a uno al nacer (en qué familia nace o ciertas características genéticas) son importantes. Pero, a pesar de ello, estoy convencido de que no debemos limitar a nadie su horizonte. Y es por eso que cuando leo a alguien defender que «alguien solo va a conseguir ser algo porque es hijo de alguien», tan solo puedo sentir muchísima pena por el que lo dice. Hay mucha gente que ha conseguido ser mejor que sus padres. Y ese es el objetivo del sistema educativo. Romper techos de cristal. Hacer que alguien pueda ser algo con independencia de su casilla de salida.
Por tanto, ya veis lo primero que me gustaría. Que el ascensor social fuera cada vez más grande y más rápido. ¿Por qué? Pues porque una sociedad más formada e informada hace que, de rebote, eso me afecte positivamente. A mí y a mi familia. Sí, es positivo que la educación funcione para que, egoístamente, todos vivamos cada vez mejor. No solo los que consiguen avanzar casillas y llegan a una casilla mucho mejor que la de sus padres.
También me gustaría que dejáramos de hablar de anécdotas y nos centráramos en lo que está sucediendo realmente en los centros educativos y en las necesidades que se tienen. Ayer vi alguna anécdota del principio de curso, usada ideológicamente, para criticar todo lo que está sucediendo en alguna Comunidad. Y no dejan de ser anécdotas. La realidad es que en todas las Comunidades el principio de curso ha empezado con normalidad. Bueno, con la misma normalidad que empezó el curso pasado, hace dos o hace veinte años.
Eso sí, no puedo menos que estar preocupado por un contexto donde todo el mundo, incluyendo demasiados profesionales de la educación para mi gusto, prefiere hacer vídeos o publicar en las redes sociales que hacer cosas en su aula. Hay algunos que dedican más tiempo a su faceta mediática que al pico y pala. Tan solo pienso en el tiempo que les ha supuesto editar ese vídeo en el que difunden lo molona que ha quedado su aula, los bailecitos de recibimiento del curso escolar (por suerte ya no se hace la gilipollez que se expandió del curso pasado de recibir a los alumnos en bañador y flotador) o, simplemente, esas dinámicas que hacen perder mucho tiempo.
Ojalá se racionalizaran las salidas escolares, las actividades del «día de» o, simplemente, todo aquello que solo conlleva tiempo y esfuerzo de los docentes y tiene nula repercusión en el aprendizaje del alumnado. Además, aunque algunos vayan de muy guais, ese tipo de actividades hacen que un gran porcentaje de alumnado no pueda avanzar y, lo que es más importante, que haya un grupo de alumnado tímido o con una determinada manera de ser, que se vean afectados muy negativamente con ciertas dinámicas. Sí. Inclusión es también pensar en ese alumnado. Y repito, no conviene confundir integración con inclusión porque, al final, algunos centran siempre su discurso en lo primero (necesario también) para manipular el significado de lo segundo.
Uso racional de la tecnología. Prohibición de los teléfonos móviles de forma general, siendo ya interiorizado por el alumnado y el profesorado. No poner en riesgo los datos del alumnado usando plataformas y herramientas digitales no controladas, autorizadas o gestionadas por la administración educativa. Trabajo colaborativo en los centros. Puertas abiertas de las aulas. Investigaciones trasladadas a las mismas. Coordinación con las Universidades. Equipos directivos que entiendan que forman parte de una red de trabajo en los centros. Administraciones más humanas y cercanas. Familias incorporadas en la toma de algunas decisiones no técnicas. Respeto al alumnado y a los docentes. Debería ser el curso del reencuentro con la educación. Con la de verdad. No con la que algunos están interesados en manipular desde su perspectiva subjetiva, más o menos contaminada por cosas que nada tienen que ver con mejorar la educación.
Lo sé. Me dejo en el tintero que me gustaría que fuera el curso de la evaluación sistémica, de las propuestas de calado, de la comunicación, de la transparencia, de la eficiencia y de dejar el discurso para dedicarnos a los hechos. Unos hechos que es importante hacer transparentes y comunicar. Pero hay cosas que van antes que otras. Y una de las primeras es el hacer. Después ya comunicaremos qué se ha hecho.
Hay profesionales fantásticos en la educación, tanto en las aulas como fuera de ellas. Hay familias fantásticas. Hay alumnado excepcional. Hay, en definitiva, mucha materia prima interesante para hacer bien las cosas. Es minoría los que no quieren hincar codos para mejorar la educación desde sus diferents perfiles. ¿Existen? Claro. Pero insisto en que son los menos.
En un curso pueden cambiar pocas cosas. Que puedan cambiar pocas cosas no implica que no puedan darse pinceladas para que cambios más profundos puedan gestarse a medio plazo. Así pues, más allá de urgencias, toca tener unas prioridades de trabajo. Prioridades que algunos tienen claras. Prioridades que son las que me gustaría que llegaran a ese alumnado que hay en las aulas porque, al final, como dije hace nada en un lugar en el que, por desgracia, me tocará acudir en algunas ocasiones: lo importante de todo es el alumnado. Y para que el alumnado tenga el mejor futuro posible, el cambio viene de muchos lugares. Entre ellos, uno de los más importantes, junto con las familias, de lo que el sistema educativo hace por y con ellos.
Será un buen curso. Ya lo veréis. Toca ser optimista porque, al final, el relato y discurso de algunos, lo único que lleva es a querer que todo salga mal para poder decir… ¡es que ya os avisé! O, simplemente, lleva a poder vender libros que representan algo que dista mucho de parecerse a lo que sucede en el aula donde, con todas sus limitaciones, se pueden hacer cosas con el apoyo de mucha gente (docentes, familias, personal de administración y servicios, administración y, lo que es más importante, alumnado).
Un abrazo y bienvenidos al curso 2024-2025. Ahora ya va en serio.
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