Estos últimos días, después de haber leído una determinada noticia en los medios acerca de alguien que ha sido finalista de un premio literario y, al haberse descubierto su identidad, se ha procedido a paralizar el concurso literario, me he puesto a pensar, más allá de este caso concreto, acerca de qué pasaría si alguien con el que no comulgamos ideológicamente o, simplemente, esté condenado por determinadas cuestiones que sean totalmente repugnantes, inventara un método o diseñara una práctica educativa que funcionara en todas las aulas de cualquier contexto.
Y ahí entra mi necesidad de aislar lo ideológico de los criterios técnicos. Algo que, por lo visto, a algunos les chirría. Es que a mí si hay un método bueno para aprender a leer, me da igual que lo haya diseñado alguien que esté en mis antípodas ideológicas. Lo que quiero es lo mejor para el alumnado. Y ese alumnado, si prohibimos o censuramos ese método de lectura, va a tener menos posibilidades de leer y comprender textos. Lo sé. Estoy hablando de algo muy extremo.
En el ámbito sanitario el tema quedaría bastante más claro. No creo que nadie renuncie a que le hagan un baipás o le pongan un stent con independencia de que el inventor de esa técnica o producto tenga una ideología u otra. No creo que nadie se niegue a tener el mejor tratamiento médico posible, el que menos efectos secundarios genere, con independencia de que dicho tratamiento se lo haga alguien que vote a su partido político o comulgue con sus ideas. Al menos en mi caso cuando me pusieron los stents no pregunté nada de la ideología de mi cirujano vascular. Ni miré sus opiniones en las redes sociales. Yendo más lejos, no me dediqué a revisar si estaba casado, separado, divorciado o lo habían acusado de joven de tráfico de drogas. Ni tampoco si le habían retirado o no el carnet de conducir. No lo pregunté. Me interesaba que me operara alguien que lo hiciera bien.
Por tanto, ¿por qué en el ámbito educativo nos empecinamos en decir que una propuesta educativa es buena o mala en función de la ideología del que lo pergeñe o del partido político que la lleve a cabo? ¿Por qué hay tanto interés en dejar de hacer algo en el aula porque no lo dicen los tuyos? ¿Por qué algunos prefieren, antes de ponerse a defender cosas que funcionan, criticarlas porque las ha propuesto alguien que no te cae bien, no deposita el mismo voto en la urna que tú o, simplemente, no piensa igual que tú en ciertas cosas?
Ya sabéis que a mí me encanta la paella y la horchata pero, jamás de los jamases, se me ocurrirá decir que alguien es un buen o mal docente por gustarle o no esas dos maravillas gastronómicas. No voy a cuestionar que una herramienta o metodología educativa sea mejor ni peor por proceder de alguien que bebe horchata de Mercadona. Va a tener mal gusto, pero eso no implica que su metodología no pueda funcionar en el aula.
A mí me gusta juzgar a las personas por lo que hacen en cada ámbito. Sé que voy en contra del modelo actual en el que muchas juzgan a alguien por el global y descartan, por ello, cualquier aportación (no solo) educativa que pueda hacer. Y eso, al final, lo único que hace es reducir las posibilidades de nuestro alumnado porque, ya de entrada, se veta aplicar ciertas cosas en las aulas.
No sé si me he explicado. Y si lo he hecho incorrectamente o alguno cree que estoy defendiendo ciertas cosas en este post, es tan fácil como preguntármelo poniendo un comentario por aquí o en esa red de viejunos denominada Facebook. En X solo os voy a responder por mensaje directo. Jamás en abierto. Ahí algunos, que priorizan lo ideológico frente a lo técnico, solo les interesa hacer daño a los que no comulgan en bloque con sus ideas. Es lo que tiene el pensar que todo el mundo tiene que actuar igual en todos los ámbitos en los que interviene. Algo que, como podéis comprender, es imposible.
Disclaimer… sé que ninguna metodología educativa funciona en todos los contextos. Pero también sé que hay metodologías que pueden funcionar en varios contextos mejor que otras. Y otras que no funcionan en ningún contexto.
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