He de reconocer que, en estos últimos tiempos, no tengo el tiempo que necesitaría para leer todo lo que a mí me gustaría. Eso sí, a pesar de esa limitación temporal, a veces echo un vistazo a algunas de las cosas que algunos publican, tanto en determinados medios como, por desgracia, de forma muy «cantamañanera» en alguna de las redes sociales de esas a las que, cada cierto tiempo, echo un vistazo rápido.
Pues bien, hay algunos, normalmente alejados de unas aulas de etapas obligatorias, que jamás en su vida han pisado profesionalmente más de unos minutos para hacerse la foto, que desde sus púlpitos intentan priorizar su ideología frente a criterios técnicos. Lo sé. Es mucho más fácil hacer un discurso educativo basado en ideología que centrarse en analizar qué dice la ciencia. Y también sé que pontificar contra la cultura del esfuerzo, las investigaciones que no dicen lo que a uno les gustaría o, simplemente, ignorar la realidad de las aulas, taxonomizando como retrógrado o facha a quienes no piensan como ellos es mucho más fácil que contrastar criterios técnicos. Es que hasta para mí sería mucho más sencillo a lo largo de mi vida profesional basarme en mi ideología. Pero, ¿sabéis qué hubiera pasado si lo hubiera hecho? Que mi alumnado o las decisiones que he tomado cuando he estado fuera del aula se hubieran visto perjudicadas por lo anterior.
¿Por qué sabiendo que es la única manera de salvar la vida de alguien, hay quienes se niegan a realizar una transfusión a sus hijos? ¿Por qué hay quienes prefieren que la gente se muera de hambre y que las cosechas sean destruidas por todo bicho viviente antes que usar, de forma controlada y siguiendo los criterios que marcan los investigadores, determinadas cantidades de productos químicos? ¿Por qué hay quienes se niegan a hablar de los peligros que supone para la salud un modelo vegano llevado al extremismo? ¿Por qué hay quienes solo ven la paja en el ojo ajeno y se niegan a ver la viga en el suyo?
Lo sé. Sé que en el párrafo anterior he usado temas que no están relacionados con la educación pero, por si os interesa, también tengo ejemplos de temas educativos. Va, ¿por qué, sabiendo que hay métodos para aprender a leer mejores que otros, hay algunos que se empeñan en no usarlos? ¿Por qué sabiendo que hay herramientas educativas mejores que otras, hay algunos que por «cariño» o «ideología» se niegan a usarlas cuando, al final, son más económicas y permiten una mejor protección de datos del alumnado? ¿Por qué algunos se empeñan en eliminar las opciones y darle solo un punto de vista al alumnado en ciertas cosas porque se creen en posesión de la verdad absoluta? ¿No sería mucho más lógico tener alumnado formado e informado que pudiera, con conocimiento poderoso, poder tomar sus decisiones y pensar por sí mismo?
La verdad es que me sigue sorprendiendo el discurso vacío de algunos cuyo único argumento es que «su ideología es la buena». Si empezamos por ahí y dejamos de lado todo lo que nos dicen las investigaciones, las evidencias y el propio sentido común, basado en experiencias profesionales diversas, tenemos un problema. Bueno, nosotros no. Lo tienen las futuras generaciones a las que, con ese discurso, que cada vez está calando en más centros educativos y siendo impuesto por algunos que, en lugar de profesionales de la educación se convierten en evangelizadores de su biblia, se les está hurtando su futuro. Y eso es algo que no deberíamos consentir.
Antes de finalizar el artículo de hoy y proceder a hacer cosas «técnicas» ya que, por lo visto, el tema playa se ha ido al traste por el tiempo que está haciendo hoy, me gustaría deciros que no es malo que uno tenga su ideología. Lo malo es que la intente imponer, siendo docente o persona relacionada con la educación, de forma sectaria, al alumnado. Un alumnado que se merece ser educado en libertad, pluralidad y, especialmente, en calidad de lo que van a aprender. Un alumnado al que no debemos intentar conformar como queremos porque, al final, ellos se merecen tener las mismas oportunidades de elegir. Ello significaría que hemos hecho bien nuestro trabajo y que el sistema educativo funciona.
Siempre he dicho que para mi hija quiero una educación que le permita tomar decisiones y que le suministre aprendizajes para que, en un futuro, pueda tener las máximas posibilidades de desarrollo profesional y personal. Y que viva mejor que lo que lo he hecho yo. Y eso es algo que solo se consigue haciendo cosas y apostando por un modelo de escuela centrado en el aprendizaje. Un aprendizaje que, como he dicho siempre, no tiene porque ir reñido con el buen trato y el respeto entre toda la comunidad educativa porque lo técnico no va reñido con lo personal. Algo que, por lo visto, algunos no tienen claros o, de forma interesada, oponen.
Espero que los opositores hayáis tenido mucha suerte y que mi hija, al igual que las vuestras, tenga la mejor educación posible a pesar de lo que nos están intentando vender algunos que se postulan como la «verdadera secta educativa». Una secta cuyos acólitos reconoceréis porque siempre están cuestionando a los que no piensan como ellos, no votan a los suyos y siempre denostan palabras como esfuerzo, disciplina, instrucción directa, clase magistral, conocimientos, libertad, pensamiento, investigación o criterios técnicos. Son pocos pero hacen muchísimo ruido. Demasiado para poder aislarse de él.
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