Hoy he leído en X un hilo de uno de los responsables de marketing de una aplicación para aprender matemáticas. Una aplicación que, implantada en la mayoría de centros catalanes, dista mucho de satisfacer, según sus usuarios y, especialmente los docentes, las necesidades de aprendizaje del alumnado. El problema es que, al igual que sucede con un libro de texto de mala calidad, son los centros y los docentes los que deciden LIBREMENTE usar un determinado producto en su aula. Nadie obliga a usar esa herramienta. Nadie te pone una pistola en la cabeza diciendo que compres tal o cual producto educativo. Al final, el último responsable de usar A, B o C es el docente. Y eso es algo que conviene siempre tener en cuenta.

En los últimos años, el mercado de los productos educativos ha experimentado un auge sin precedentes. Las nuevas tecnologías han dado lugar a una avalancha de aplicaciones, plataformas, herramientas y recursos digitales diseñados para, supuestamente, mejorar el aprendizaje y los procesos de enseñanza. Sin embargo, no todo lo que brilla es oro. Hoy me apetece reflexionar sobre la calidad y la utilidad real de estos productos, más allá del precio. Es importante subrayar la importancia de no apostar por un producto sin haberlo testeado antes y jamás ponerse a implantar globalmente algo sin haber hecho un correcto plan de pilotaje.

Es fundamental entender que tal y como he dicho al principio, al igual que con los libros de texto, existen productos digitales buenos y malos. Algunos de estos productos están excelentemente diseñados, ofreciendo experiencias de aprendizaje enriquecedoras y adaptativas. Estos productos facilitan la comprensión de conceptos complejos, motivan al alumnado a explorar más allá del contenido básico y fomentan la creatividad y el pensamiento crítico. Sin embargo, hay una gran cantidad de productos educativos que, a pesar de su fantástica apariencia visual y sus promesas grandilocuentes, no cumplen con las expectativas y terminan siendo un gasto innecesario.

Lo preocupante es que, en muchos casos, los productos educativos mediocres se venden muy bien. Esto puede deberse a una publicidad engañosa, a la falta de conocimiento por parte de los compradores o simplemente a la novedad y el atractivo de la tecnología en sí. Hay algunos docentes y centros educativos que, en su afán por estar a la vanguardia, a veces caen en la trampa de invertir en estos productos sin realizar una evaluación exhaustiva de su efectividad real.

Por otro lado, existen productos educativos de gran calidad que, lamentablemente, no consiguen la cuota de mercado que merecen. Estos productos, diseñados con el objetivo de mejorar el aprendizaje del alumnado de manera efectiva, a menudo se quedan en segundo plano debido a la falta de marketing o a la percepción de que lo nuevo y brillante siempre es mejor. La realidad es que la utilidad de un producto educativo no debe medirse por su precio, sino por su capacidad para cumplir con los objetivos educativos y mejorar la experiencia de aprendizaje de los estudiantes. Pero, los que trasteamos como auténticos frikis con todas las herramientas educativas que caen en nuestras manos, sabemos que lo innovador y nuevo vende muy bien.

Es crucial que nos tomemos tiempo para investigar y probar los productos antes de adoptarlos. Al igual que no compraríamos un coche sin antes probarlo o tener estudios fiables acerca de su funcionamiento, no deberíamos apostar por un producto educativo sin haber evaluado previamente su efectividad y su adecuación a las necesidades del alumnado. Existen múltiples herramientas y recursos para realizar estas evaluaciones, desde investigaciones y estudios independientes hasta opiniones y experiencias compartidas por otros docentes. El problema es que cuatro, subvencionados hasta la saciedad por defender determinadas cosas, tienen un altavoz mediático muy potente.

La gran cantidad de productos educativos disponibles en el mercado puede ser tanto una bendición como una maldición. La clave está en discernir entre lo que realmente aporta valor al aprendizaje y lo que es simplemente una moda pasajera. Invertir tiempo y esfuerzo en la evaluación de estos productos es esencial para asegurar que nuestro alumnado reciba una educación de calidad y que las inversiones realizadas en tecnología educativa sean verdaderamente efectivas. No dejemos que lo brillante nos deslumbre; apostemos por lo que realmente importa. Nos jugamos mucho.

Dedico este artículo a todos aquellos que están comprando lo último o lo más mediatizado. Mirad bien para qué lo necesitáis y, en caso de que os encaje, pensad si hay alguna alternativa más económica, con un funcionamiento similar, que os pueda servir.


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