A nivel profesional estoy sumido en un mar de dudas. Estoy en una profesión, la docente, plagada de incertidumbres, de chaparrones normativos indigeribles e inhóspitos y, por desgracia, con demasiados arrogándose la verdad absoluta acerca de ciertas cosas.
Mi experiencia me da sustento empírico. Mis fracasos me ayudan a saber qué no funciona. Mis aciertos, por desgracia, en ocasiones solo permiten ser aplicados en contextos determinados. Y, sabéis qué pasa, que en un contexto, donde el alumnado cambia, la situación en la que se mueven varía y, por desgracia, los placeres de la inmediatez siguen siendo valores absolutos, hay muy poco que podamos hacer para garantizar experiencias de éxito.
Bueno, podemos garantizar experiencias de éxito dudando de las mismas. Desconfiando de lo que nos digan esos personajes que tienen varitas mágicas, que parecen salidos de un spin-off de Harry Potter. Leyendo mucho. Dudando todavía más de lo que hacemos después de cada una de las lecturas que vamos atesorando.
No siempre tenemos culpables fuera del aula a los males del aula. En ocasiones somos nosotros los que, frente a situaciones concretas, nos vemos incapaces de establecer procesos de enseñanza sólidos. Nadie más sabe qué pasa en el aula salvo el que la vive. Bueno, los que la viven. Y ni dos personas dentro de la misma viven lo mismo.
Podemos denunciar (¡debemos hacerlo!) lo que creemos que están haciendo mal con el sistema educativo. Podemos, siempre donde toca y como toca, plantear que hay cosas que se podrían hacer de otra manera. Vocearlo en las redes sociales tiene parte de utilidad, pero quedarse ahí es dejarlo muy pobre. Hay administración educativa. Hay jueces. Hay, aunque algunos no se lo crean, lugares en los que se resuelven cosas. O se complican. A veces acaban siendo dos caras de la misma moneda.
Estos últimos días, especialmente por cosas que suceden en mi centro educativo, me doy cuenta de que, por desgracia, me he convertido en uno más que prefiere ver cómo se va todo al garete que poner remedio. Quizás me he convencido de que lo importante es lo que haga a nivel micro. Con mis dudas, mis múltiples errores y algún acierto. Quizás el aula me ha fagocitado a nivel profesional. Quizás ya no crea en buscar fuera del aula soluciones para la misma. Quizás, como me decía alguien hoy, hay un doctor Jekyll que ha ocultado totalmente a Mister Hyde. Quién sabe.
Desconfío de lo que vaya a hacer mañana. Ya desconfío totalmente de lo que he hecho hoy. Y, salvo estar muy justo de fe en ciertas cosas, lo único que se me ocurre es reinventarme tal y como me he reinventado un montón de veces. Algo que hace que, al final, vuelva al mismo lugar del que partí.
No me hagáis mucho caso. Hoy, un buen día a nivel personal y profesional, es de los días en los que estoy acabando con más dudas acerca de muchas cosas. Dudas que, por desgracia, obligan a tomar decisiones. Y, como bien sabéis, hay algo muy duro en tomar decisiones profesionales. El miedo a equivocarte.
Como estoy haciendo en los últimos artículos, os recomiendo mi nuevo libro sobre educación para mayores de dieciocho, “Educación 6.9: fábrica de gurús”. Lo podéis adquirir aquí (en versión digital o papel) o en ese pop-up tan molesto que os sale. Y sí, me haría mucha ilusión que fuera uno de los diez libros más vendidos sobre educación este curso.
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