Antiguamente cuando se mataba a los pollos, se hacía dicha matanza procediendo a la decapitación y, en algunos casos, los pollos con la cabeza cercenada, seguían corriendo durante un período de tiempo, normalmente corto, sin orden ni concierto. Lo importante era correr hasta que, por motivos obvios, dejaban de hacerlo. Pues lo mismo sucede en educación. Cientos de miles de pollos y pollas (una pollada, tal y como se denomina a su conjunto) experimentando sin ningún tipo de control y, cómo no, cambiando de ley antes de que la anterior pueda demostrar sus bondades o maldades.
Noy hay tecnología ni metodología en la que no debamos entrar por ser «la última». Si hasta los juegos de las videoconsolas tienen más vida que algunos cachivaches tecnológicos que, irrumpiendo cual elefantes en cacharrería, se demuestran al poco que ha sido tirar el dinero. Millones y millones euros desperdiciados porque hay mucha gente que ha perdido la cabeza en educación. No solo en educación. La velocidad a la que avanza todo hace, poco menos que utópico, el parar, reflexionar o, simplemente, el efectuar procesos con procedimientos lentos. De tanta velocidad lo único que hacemos es estar todos mareados. Cambiar para volver a cambiar, volver a la casilla de origen, retroceder, llegar a la cárcel, conseguir poner veinte hoteles para que la gente, de puro cansancio, acabe arruinando sus expectativas de aprendizaje. ¿Tan complicado sería empezar a tomarnos las cosas un poco más con calma en lugar de montar tropocientos eventos virtuales en Twitter, lanzar noticias educativas a diario y publicar cientos de miles de apps, cada cual que va a ser mejor que la anterior porque es más nueva?
Estoy convencido que, tanto el Ministerio de Educación, como las diferentes Consejerías del ramo, van como pollos sin cabeza. Sin ideas o con demasiadas. Con una espada de Damocles encima que, no entiendes muy bien quién se la pone porque, al final, da la sensación que estén más interesados en cambios continuos que en asentar lo que funciona, evaluar el sistema y modificar, sin necesidad de entrar como elefantes en una cacharrería, lo que debe mejorarse.
El tema no va de dar ámbitos, de aprendizaje por proyectos, ni de modelos conductistas más o menos dirigidos. Tampoco va de vender libros para contar las hazañas innovadoras de uno que perdió la cabeza por motivos ignotos. Es que es tanta la velocidad y la falta de planificación (tanto de la administración como del último docente de a pie) que da pánico ver como acabamos moviéndonos en círculo una y otra vez. Y no es de ahora. Lo que pasa es que ahora, al haber redes sociales, algunos difunden más este caos educativo.
En el ámbito educativo no trabajamos con tornillos. No podemos aplicar métricas ni hacer análisis de producción porque, por desgracia, no tenemos ni tan solo la idea básica acerca de qué resultados queremos. Hoy competencias, mañana contenidos, pasado un constructo imaginario de alguien que tenga mucho tiempo para pensar en gilipolleces. Es que no avanzamos y vamos dando vueltas. Yo en veinticinco años creo que he probado todo lo que puede probarse en educación. Y sabéis a qué conclusión he llegado. A que me he equivocado probando tanto. Y aún así voy a seguir probando. ¿Sabéis por qué? Pues porque en educación, al igual que en la vida, nos han imprimido tanta velocidad que ya no sabemos ni donde está el pedal del freno.
La reflexión de hoy va mucho más allá del modelo económico que subyace tras ciertos cambios educativos porque, al final, lo de ir sin cabeza no es positivo para nadie. Ni para esos que quieren educar a un determinado modelo de ciudadano porque, sabéis qué, siempre que la educación ha intentado forjar un determinado tipo de pensamiento, lo único que ha conseguido es acabar, en un tiempo más o menos largo, con la ideología que había tras el mismo. Tan solo es cuestión de revisar hemerotecas. Tan fácil y tan complicado como eso.
En educación un menos bien diseñado siempre va a ser un más. Un correr de un lado a otro, al final lo único que hace es tener que volver al punto de partida. Y, como bien sabéis, no hay nada peor que ponerse a cocinar algo y tener que tirarlo porque, o bien se ha pasado de cocción, o bien no ha llegado a la necesaria. La pasta te puede gustar al dente o más blanda. Lo que no puede comerse es la que no llega a lo primero o se pasa de lo segundo. Bueno, se come si no hay más opción. Al igual que pasa en educación. Se hacen cosas porque no hay más remedio que hacerlas.
Doy las gracias a esos tres «impresentables», con los que me reúno por videoconferencia cada cierto tiempo para hablar de palpaciones testiculares y temas educativos, por la idea de este post. Sabed que os quiero mucho.
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