Ya empiezo a llevar un poco descontrolado el diario y eso que es solo el segundo día. Pasados unos días más no hay nadie que sea capaz de entender nada de lo que escribo ni encontrarle un hilo argumental.

Esta mañana me he levantado tarde. El despertador no ha sonado a su hora y, por suerte, había dejado el móvil con sonido. Me han llamado de comisaría. Que a ver si ya había ido y si estaba tomando un café. Germán, sinceramente, no es la voz más melodiosa para despertarte por la mañana.

Ducha rápida, desayuno inexistente y disimular un poco el retraso. Ventaja de que no funcionen los relojes para sellar en la entrada. Al estar estropeados nadie sabe cuándo salimos o entramos.

Entrar en el despacho y espetarme Germán -¿dónde estabas? Estábamos buscándote porque ya te hemos hecho un hueco en el despacho. Veo una silla de esas incómodas que están abandonadas por algún pasillo y una mesa, más parecida a la de cámping que a una de oficina. Me acoplaré.

-¿Necesitas algo? -me comentan. -No, gracias -respondo con ganas que me dejen encender el ordenador que me han puesto encima de esa mesilla, que se empeña en padecer un extraño baile, hasta que le pongo unos papeles para nivelarla.

Enciendo el ordenador, pongo mi contraseña del cuerpo y, automáticamente accedo a un maravilloso escritorio sin nada. Qué diferencia con el mío lleno de carpetas y carpetas. Qué diferencia, por cierto, también de velocidad. Nada que ver con “tortuguín” -así le he bautizado- que se fabricó, supuestamente, cuando los dinosaurios dejaron de poblar la Tierra.

Navegador…. y a revisar la cuenta de las redes sociales de las tres carpetas (el asesinato y las dos violaciones de las que hablé ayer). Facebook, Instagram, ver si tienen blogs, etc.

Horas y horas navegando por fotografías con poca ropa. ¡Qué manía algunas personas de fotografiarse las tetas con la abertura justa para que no les suspendan la cuenta de Facebook! Revisar amistades, grupos a los que pertenecen y un largo etcétera de datos que, por lo visto, las tres personas habían dejado en abierto. Esto de la privacidad a la hora de usar internet hay demasiados que no lo tienen muy claro. Al menos en mi cuenta de Tinder la cosa está mucho más oculta y mi foto irreconocible.

Googlear nombres y, más allá de las redes sociales, encontrar un pequeño detalle que, quizás, tampoco le he dado mayor importancia: la pertenencia de las tres personas al club de petanca del barrio más degradado de la ciudad. Sí, mi ciudad tiene un barrio degradado -¡oh, sorpresa!- que dispone de un club de petanca.

No sé qué demonios hacen esas personas, dos chicas de buen ver y un maromo que roza la cincuentena, en un club de petanca… ya si eso, que se encarguen Juanvi y Germán de irse para ahí.

No me da para mucho más el tiempo de escribir. Lamentablemente acabo de descubrir que apoyar un vaso de café en el diario ha sido una mala idea. Mucho me temo que hoy tocará comer tarde.


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