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La antipedagogía no existe

Si vamos a un concepto básico de lo que se supone que debemos considerar pedagogía, nos encontramos en qué en la mayoría de definiciones se basan en considerarla un conjunto de los saberes que están orientados hacia la educación, entendida como un fenómeno que pertenece intrínsecamente a la especie humana y que se desarrolla de manera social. Tiene intención de organizarla para cumplir con determinados fines, establecidos a partir de lo que es deseable para una sociedad, es decir, el tipo de ciudadano que se quiere formar. Sí, ya veis que yo también me apoyo, en ocasiones, en la Wikipedia.

Más allá de cómo podemos definir el concepto, me genera dudas la consideración de su opuesto: la antipedagogía. Es notorio que hay muchos compañeros de profesión e, incluso, teóricos del ramo, que han acuñado la denominación de antipedagogía -o antipedagógico- a unos planteamientos educativos que no están acorde con sus posicionamientos ideológicos. Resulta curioso que algo tan personalizable por el contexto como son los planteamientos y las praxis educativas se conviertan en pedagógicos o no en función de la óptica del observador y no por los resultados obtenidos.

Más aún, sorprende, que bajo el paraguas del pedagogismo mal entendido, uno sea capaz de discriminar buenas o malas prácticas por el simple hecho que no cuadra con sus autores de referencia. Sí, hay autores de cabecera para todos los gustos. Corrientes pedagógicas de “escuela nueva”, “liberadoras”, “constructivistas”, “sancionadoras”, “de tolerancia cero”, “de libertinaje absoluto”, “pedagogías buenistas”, “constructivistas”, “conductistas” y un largo etcétera de nombres más o menos adaptados a la venta del producto que, por desgracia, se consideran como la biblia de la praxis docente. Es decir, se establecen unas relaciones entre buenos y malos en función de las creencias en un modelo pedagógico o en otro. Por desgracia para los que establecen esta relación, cualquier creencia sigue siendo un modelo pedagógico porque, la pedagogía es mucho más de una creencia única. Y sí, digo creencia porque, lamentablemente, la exportación de teorías pedagógicas en bloque a la praxis diaria sigue siendo algo imposible, aunque determinadas evidencias e investigaciones nos pueden ayudar a esa exportación.

Estoy convencido de que tras la palabra “antipedagógico” existe un concepto de simple oposición de creencias sin ninguna base científica. Creo que la pedagogía se ha convertido -bueno, dudo que alguna vez dejara de serlo- en un acto de fe en su traslación de la teoría a la práctica. Estoy convencido de que el papel lo aguanta todo y, por ello, cada vez se habla más de pedagogía, de oposiciones ideológicas y se traslada menos lo anterior al aula. No es cuestión de denostar la pedagogía, es cuestión de conocer sobre qué se está trabajando en el ámbito educativo, qué ideas van apareciendo e ir cogiendo aquello que nos interese. Sí, hablo como docente de aula. Es por ello que mi visión acerca de la pedagogía viene muy condicionada por mi alumnado -que ni son iguales, ni son medibles de forma absoluta y, ni tan sólo pueden ser considerados al margen de su contexto como ratones de experimentaciones varias-. Son unas personas que, al margen de que algunos por interés decidan que deben ser instruidos de una manera u otra para obtener mejores resultados en su aprendizaje basándose en premisas pedagógicas varias, van a realizar su aprendizaje al margen de cualquier teoría absolutista por mucho que para seguirse vendiendo deba adaptarse al mercado.

La antipedagogía no existe porque todo es pedagógico. Eso sí, queda muy bonito decir que algo es antipedagógico cuando se sale de nuestros parámetros ideológicos.

Finalmente y antes de que se me olvide: criticar a autores consagrados para algunos pedagogos, como Freinet, Vygotsky, Piaget, Freire o Rousseau, no implica que uno esté en contra de la pedagogía. Implica que está en contra de sus teorías porque, al final, se ha de reconocer que algunas de las cosas que decían esos personajes han envejecido bastante mal. Pero, no olvidemos que hay pedagogos de salón (insisto en “lo de salón” porque define a un tipo de pedagogos u opinólogos educativos) que, por desgracia, no han leído nada más. Y por eso esa necesidad de quedarse con los únicos referentes de los que se han leído algún resumen de sus obras.

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