Hoy quiero empezar el artículo mencionando el amago (o no) de alguien que ha decidido tomarse cinco días de fiesta dirigiendo el país que gobierna. La verdad es que me imagino a todas las personas que trabajan en el ámbito educativo diciendo que cierran el chiringuito cinco días y que el alumnado ya puede buscarse la vida. Y todo sin ninguna penalización, ni económica ni laboral. Ninguna penalización porque, al cabo de esos días, se puede decidir volver al mismo puesto de trabajo que uno ocupaba sin haber recibido ninguna sanción.

Lo anterior es un simple ejemplo, dentro de muchos y que he usado por ser un tema de rabiosa actualidad, de la sociedad distópica en la que vivimos. Verdugos haciendo de víctimas. Víctimas haciendo de verdugos. Panegíricos y homilías al por mayor. Y ello tiene mucho que ver con el artículo de hoy. Uno en el que voy a hablar de la distopía educativa, especialmente en su parte más mediática, ya que es en la que estamos inmersos.

En educación estamos viviendo en las redes sociales y en los medios una distopía permanente. Tenemos a directores de centros educativos abanderando la inclusión que, en sus centros, cogen al alumnado de etnia gitana y los tienen pululando por los pasillos «para que no molesten en el aula». Tenemos a algunos, encantados con la educación feminista que, curiosamente, salen en pasquines de sus Universidades y en grupos de redes sociales señalados por tener las manos muy largas. Tenemos a otros que critican toda investigación educativa que no les convence mientras, curiosamente, publican panfletos ideológicos en los medios (e incluso en sus propias tesis doctorales) sin ningún fundamento científico. Sin olvidarnos a los que tienen como único discurso educativo el de malmeter con terceros. Es que no hay por dónde coger lo que está sucediendo. La distopía de quema de libros, ideas o señalamiento al divergente está a la orden del día. Sociedades distópicas en todos sus ámbitos. Y la educación no iba a estar aislada de una sociedad, cada vez más distópica, con cosas que jamás nos hubiéramos pensado ver hace unos años.

Me preocupa lo irracional que supone convertir utopías en distopías. Me preocupa que, para alegar que algo mejore, debamos destruirlo todo. Me preocupa la gente que renuncia al conocimiento para decir que lo anterior va a mejorar la educación. Me preocupa una inteligencia artificial, mal alimentada con datos que no existen, que marque determinados discursos educativos. Me preocupa que se vendan productos educativos que alimenten esa distopía, tanto en formato manipulativo como en formato ideológico. Estamos en un modelo de educación tan distópica que algunos están vendiendo que es mejor tener criterios ideológicos frente a criterios técnicos. O, algo tan surrealista, como es decir que una investigación o evaluación no dice lo que debe decir. Es que hay negacionistas de datos educativos. Es como decir que en un partido de futbol el marcador ha sido diferente del que se ha producido. No sé en qué mundo. En este, por desgracia, la distopía actual hace que una opinión educativa se eleve a los altares de considerarse algo científico y sin fisuras.

No es un artículo político. No es un artículo para posicionarme en un sentido o en otro. En política siempre he sido muy disperso y, cada vez soy más de decisiones y realidades que de bloques. A mí lo de los bloques me chirría. Tengo claras mis líneas rojas e intento, casi siempre, aislarme de lo distópico para hablar de realidades o pedir utopías. No es malo ser utópico. Lo perverso es usar el concepto de utopía para encubrir a la propia distopía.

Entiendo cada vez menos cosas de lo que algunos están hablando en las redes sociales y en los medios. Por eso, cada día que llego al trabajo, me encuentro con la realidad y la necesidad de actuar sobre esa realidad. Una realidad, como en todas las profesiones y ámbitos laborales, plagada de personas que intentan hacerlo lo mejor posible en coyunturas que, en ocasiones, no son nada fáciles. Y que, lamentablemente, van a estar sujetas a las presiones mediáticas de algunos que solo viven de fagocitar el contexto distópico interesado que han montado para nutrir sus propios desvaríos.

Me gustaría dedicar este artículo a todos aquellos que han detectado, desde hace tiempo, la distopía mediática actual. Y decirles, a ellos y a los que lo vean en un futuro, que lo importante es, más allá de lo que os diga nadie (incluido yo), es lo que pasa realmente en vuestro contexto y veis cada día. Ahí está la realidad y la posibilidad de la utopía. Ceñíos a ello. No dejéis que algunos quemen el raciocinio en piras. No les dejemos hurtar el futuro a las nuevas generaciones ni a aquellas que, en unos años, vamos a necesitarles al igual que ellas nos necesitan ahora.

Reconozco que es un artículo muy caótico y poco coherente para empezar la semana pero, en mi cabeza, era algo necesario de poner en negro sobre blanco en mi bitácora personal. Una bitácora personal a la que estáis todos invitados.

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