Deberíamos empezar a quitar el yugo de las calificaciones. No tiene ningún sentido, si lo que queremos es posibilitar que el más vulnerable, con toda la carencia de recursos que posee y la mala situación de partida, pueda salir del hoyo que, por nacimiento, le ha tocado sufrir. No es de recibo exigirle lo mismo que a los demás. Tampoco tiene ningún sentido el modelo de repetición porque, al final, lo que estamos lastrando son sus posibilidades.

Los exámenes deberían desaparecer. La evaluación, salvo la puramente informativa, para que el alumnado se motive y sea capaz de ver sus carencias, también. Es que es de sentido común. Mantener una estructura decimonónica, en el que las élites van a ser las únicas tituladas, sea por vía A o B, es abocar la sociedad a un clasismo mal entendido. Por tanto, ¿por qué no titular a todo el mundo? ¿Por qué no abandonar el modelo transmisivo de información ni la necesidad de acaparar conocimientos que, con un simple clic, están disponibles para todo el mundo? Y que el propio alumnado decida qué aprender, en qué momento e, incluso, en qué lugar.

El profesorado es un lastre del sistema. Las estructuras rígidas, con titulaciones que no demuestran nada, también. Por tanto, ¿por qué no empezar a dotar de esos títulos que necesitan algunos para incorporarse a la sociedad? ¿Por qué sesgar las posibilidades futuras de tanto alumnado porque, por desgracia, es incapaz de adaptarse a la rigidez de nuestro sistema educativo?

Si a uno no le apetece ir a clase, sus motivos tendrá. Si uno prefiere escuchar música o jugar a su juego favorito en el móvil, seguramente sea porque el profesorado es incapaz de motivarles. Deberíamos, como sucede en otros ámbitos, abolir el castigo. El castigo está demostrado que no funciona. Y la tiranía de las notas no deja de ser más que un castigo, diseñado por opresores del aprendizaje que, al final, solo quieren mantener su statu quo como representantes de algo que, en pleno siglo XXI, con todas las innovaciones tecnológicas y el desarrollo en los últimos tiempos de la inteligencia artificial, ha dejado de tener sentido.

Desde el momento en el que la evolución tecnológica es más rápida que la adaptación del conocimiento en estructuras obsoletas (léase centros educativos) y, el objetivo de la sociedad debe convertirse en un modelo de cooperación, sostenibilidad y eliminación de cualquier rasgo que haga diferentes a las personas, no tiene ningún sentido el tener titulaciones que discriminen al alumnado.

Por tanto, desde aquí todo mi apoyo a quitar el título de Medicina y a que todo el mundo, por el simple hecho de tener una determinada edad fisiológica, pueda tenerlo. Así eliminamos la discriminación porque, en caso de defender la eliminación del título de la ESO y no el de Medicina, lo único que estaríamos haciendo es defender que el aprendizaje del alumnado de la ESO nos la suda y, en cambio, el de los médicos no. Algo que, de forma muy reiterativa en los últimos tiempos, están defendiendo ciertos personajes.

Como estoy haciendo en los últimos artículos, os recomiendo mi nuevo libro sobre educación para mayores de dieciocho, “Educación 6.9: fábrica de gurús”. Lo podéis adquirir aquí (en versión digital o papel). Y sí, me haría mucha ilusión que fuera uno de los diez libros más vendidos sobre educación este curso. Además, adquiriéndolo ayudáis a mantener este blog.


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