Resulta curiosa la relación que algunos establecen entre prácticas educativas de éxito y necesidad de que las mismas se vean reflejadas en las redes sociales. Da la sensación de que lo importante haya basculado del hacer al mostrar. Y si el mostrar lleva asociado el edulcoramiento de la praxis, mediante el mostrar tan solo lo que ha salido bien y obviar todas esas dificultades que se han tenido del proceso, ya estamos viendo que lo que se difunde tiene un sesgo importante. Aún así algunos siguen erre que erre relacionando la visibilidad de las prácticas con el aprendizaje de los alumnos. Visibilización de la que algunos viven, otros intentan hacerlo y, finalmente, un tercer grupo intenta satisfacer su ego de “buen docente”.
Nunca es malo difundir qué se hace en el aula. Yo lo he hecho en múltiples ocasiones. Casi siempre dentro del contexto más adecuado (entre los propios alumnos, los padres y el centro), porque considero que los padres tienen todo el derecho del mundo a saber qué hacemos en el aula. Política de puertas abiertas le llamo. No es complicado. Eso sí, cuando el blog de aula, los vídeos o cualquier otro tipo de mecanismo para difundir me quitan tiempo al hacer, opto por la eliminación de esa visibilidad, como he hecho en los últimos tiempos, para centrarme en lo importante. No lo hago solo en mi profesión. Cuando voy de vacaciones con mi hija hago muy pocas fotos. No me gusta perder tiempo inmortalizando algo que, al final, queda como algo sin importancia frente al recuerdo que me llevo de ese viaje. Se denomina política vital. Algo que extrapolo de lo personal a lo profesional y a la inversa. Vivir por la mediatización o mediatizar para vivir es algo que hace perder el norte del asunto. Salvo, como he dicho antes, que se viva de ello.
Hay miles de docentes en el aula y son muy pocos los que usan plataformas para publicar o publicitar esas prácticas. ¿No existe lo que hacen esos miles que no publicitan lo que hacen? ¿Son peores docentes por publicitarlo? Ergo, ¿son mejores profesionales los que van diciendo en todo momento lo maravillosos que son y la gran cantidad de cosas que hacen? Porque da la sensación que algunos estén buscando palmaditas en la espalda de forma continua. Claro que, como profesional, me encanta conocer qué hacen mis compañeros y poder aprovechar ciertas cosas (especialmente de aquellos que publican el recurso sin aderezar). Eso sí, a veces me sobran esos artículos o intervenciones en las redes sociales que se usan solo para que se sepa qué se está haciendo. Todos tenemos muchas batallitas que contar. Las aulas se han convertido para algunos en la mili del siglo XXI. Una mili en la que participan tanto hombres como mujeres. Una mili para contar esas batallitas convertidas en leitmotiv del aprendizaje.
Es sano difundir qué se hace en las aulas. Mis aulas siempre han estado abiertas y se ha podido saber qué se hace. He ido, en ocasiones, contando fracasos profesionales en las redes e, incluso, casos de éxito de los chavales. Veinticuatro años de profesión dan para muchas anécdotas, experiencias e, incluso, experimentos de más que dudoso resultado. Una hora de aula es una experiencia que, en muchos casos, no da tiempo para visibilizar. Los proyectos que se ven, al final, tampoco son lo que han sido realmente. Y eso es algo que deberíamos tener claro.
En una sociedad basada en influencers, número de seguidores en Twitter, Facebook, Instagram o, simplemente, suscriptores de tu canal de YouTube, se está perdiendo el norte de lo realmente importante. Lo importante, aunque unos pretendan obviarlo, es la sonrisa de tu hija cuando te coge de la mano, los recuerdos que guardan de ti los alumnos y, al final, todo aquello que puedes aportar en tu vida personal y profesional. Lo demás, un escaparate de ropa del que, por desgracia, nunca te sienta tan bien como te la están vendiendo.
Como estoy haciendo en los últimos artículos, os recomiendo mi nuevo libro sobre educación para mayores de dieciocho, “Educación 6.9: fábrica de gurús”. Lo podéis adquirir aquí (en versión digital o papel) o en ese pop-up tan molesto que os sale. Y sí, me haría mucha ilusión que fuera uno de los diez libros más vendidos sobre educación este curso. 😉
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