No tengo muy claro a estas alturas de la película, con demasiados años de profesión a cuestas, cuál es la receta mágica para mejorar la educación. Lo que sí que tengo claro es qué recetas pueden usarse para empeorarlas. Y sí, curiosamente son las más usadas por parte de muchas administraciones educativas, defendidas por cada vez más medios y, avaladas por un enorme porcentaje de la ciudadanía.
Culpabilizar a los docentes empeora la educación. A ver, que todos sabemos que los docentes fuimos culpables de la muerte de Manolete y de la extinción de los dinosaurios (me supo muy mal la extinción del último Tiranosaurio Rex por parte de un profesor de Filosofía que se extralimitó explicando Kant) pero, repetirnos que la culpa de todo malo es de nosotros, acaba desanimándonos del todo. Y no hay nada peor, como en cualquier profesión, que un colectivo desanimado. Además, ya cansa. Cansa ver la campaña de algunos políticos contra los docentes. Cansa ver la campaña de acoso y derribo de determinados medios de comunicación. Cansa ver como la ciudadanía, buscando siempre culpables, acaba señalando al que le digan que ha de señalar (vale para otras profesiones, ya que tan solo conviene recordar, los que tenemos un poco de memoria, la campaña contra los controladores aéreos).
De empeorar la educación también tienen culpa las campañas de mercadotecnia educativa. Se venden aulas que no existen, alumnos que distan mucho de los que tenemos en el aula y experiencias que, más allá de la imaginación de alguno o realizada con un grupo de alumnado muy concreto, no funcionan. Se denosta la experiencia, la evidencia y la necesidad de determinadas estrategias que, de forma más o menos regulín, han ido funcionando. Por cierto, en lugar de mejorar esas estrategias, siempre se intenta vender que es mejor cambiarlas por otras. Destruir antes de construir. Capitalismo educativo en su máxima expresión. Obsolescencia educativa con tiempos de irrupción de nuevas metodologías «que lo van a petar» en un lapso cada menor de tiempo.
La segregación escolar también tiene su contrapartida social. Filtrar por nivel adquisitivo, color de piel, religión o barrio en el que uno vive, es hacer una exclusión educativa que no va a poder solucionarse en las aulas. Si las aulas son homogéneas, la sociedad tiende a serlo. Una sociedad homogénea solo permite endogamias cada vez mayores, inclusiones cada vez menores y techos de cristal cada vez más bajos. No es malo que un alumno avance según sus posibilidades. Lo malo es que haya centros educativos donde solo haya alumnado que avance de una determinada manera por motivos exógenos.
Nuevas leyes educativas sin ton ni son para dejar la pezuña de uno, también es mal. Cambiar currículos sin evaluar los anteriores, meter o sacar asignaturas sin pensar a medio o largo plazo, gestionar procesos de formación y selección del profesorado en función de las presiones de determinados sectores en lugar de pensar en el trabajo que se ha de realizar. Oposiciones montadas en función de cuestiones políticas o sindicales. No, esto no sirve para mejorar la educación. Convocar un año cinco mil plazas y al año siguiente ninguna no mejora la educación. Hacer chapuzas para solucionar el problema de contratos precarios de los interinos, que van encadenando curso tras curso uno o varios, tampoco lo es. Solucionas la situación económica de algunas familias, pero no solucionas la educación.
Mantener períodos festivos escolares en función de fiestas religiosas no tiene ningún sentido. Aumentar, mantener o reducir las ratios sin ningún tipo de diseño asociado a esas posibles casuísticas, tampoco. Elaborar unas programaciones a principio de curso y aumentar la burocracia, a la que están especialmente sometidos los equipos directivos, tampoco. Más papeles y documentos oficiales no implica mejor educación. Ni tampoco tener más protocolos. Hay una manía de protocolizarlo todo. A más protocolos, más tiempo perdido en los mismos. Los protocolos, no solo en educación, son la mejor manera de no hacer nada.
Eliminar especialistas y convertir a los docentes en chicos para todo, tener determinados proyectos de formación cortoplacistas para docentes y que interesen más a los formadores que a los formados, no mejorar las infraestructuras, no incorporar psicólogos, personal de enfermería o aumentar el número de administrativos, hace que muchas cosas no se aborden. Falta personal. Quizás menos docentes que los que piden algunos, pero seguramente muchos más de los que se dotan.
No evaluar nada de lo que se hace en educación también empeora la educación. Falta evaluación sistémica. No interesa evaluar nada. Nunca ha interesado. Ni tampoco evaluar lo que están haciendo los docentes en el aula. Por cierto, confundir conciliar con llevar a tus hijos a la escuela también es totalmente pernicioso. Que las empresas no apuesten por la conciliación familiar también perjudica a la educación porque los centros educativos deben suplir esa función. Es de cajón. Nos guste o no, si uno no tiene con quien dejar a sus hijos, es lógico que apueste por tenerlos en algún lugar en que los tenga atendidos. No es culpa de las familias la concepción de los centros educativos como elementos de conciliación. Repito, no es culpa de las familias. Es culpa de situaciones laborales.
La mayoría de recetas que estamos viendo, empeoran o van a empeorar, la educación. No hace falta ser muy lince para entenderlo. Eso sí, como siempre sucede en todos los ámbitos que implican un servicio, la culpa de que el servicio no funcione es, para unos de los profesionales que prestan ese servicio y para otros, de los que usan dicho servicio. Y la casa sin barrer. Bueno, barrida de una forma en la que, al final, lo único que se hace es esconder la suciedad debajo de la alfombra. Unas alfombras que, ya de mierda que tienen debajo, se han convertido en pequeñas montañas. Montañas en las que seguimos tropezando unos y otros mientras, o bien por incapacidad o bien por maldad, otros solo juegan al despiste.
Hay cientos de recetas para hacer un buen pan con la panificadora del Lidl. El problema es que, al menos la panificadora que tenemos en educación, se debe haber usado siempre con recetas borrosas o hechas por alguien que no ha hecho un pan en su vida. O que jamás va a comerse uno. Ya no digamos lo que pasa si algunos, como única medida educativa, pretenden poner policías del pan. Así nos va.
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