Estamos debatiendo en las redes y en los centros educativos por encima de nuestras posibilidades acerca de cuestiones que, por desgracia, acaban siendo menores. La mayoría de los problemas de nuestro alumnado tienen que ver con el teléfono móvil, con las aplicaciones que gastan, con el uso que dan del mismo y con, por desgracia, los referentes que hacen que ciertas cosas se compren bien por su parte. No solo por su parte. Lo del acoso en las redes sociales es algo que se vive de forma continua en Twitter por parte de docentes. Con una diferencia fundamental: ese acoso se está realizando entre personas que jamás van a verse y el acoso que recibe nuestro alumnado está hecho por compañeros suyos de aula o centro. Y esa es la clave.
Hace unos días le metieron una «colleja» a un futbolista muy conocido por anunciar criptomonedas. Conozco incluso a docentes que en su cuenta de las redes sociales últimamente solo se dedican a promocionar esa basura. Sí, las criptomonedas y el negocio que se está haciendo alrededor de productos muy volátiles, al igual que lo de que todo el mundo quiere ser youtuber o que le den corazoncitos o me gustas en sus cuentas de las redes sociales, es algo muy preocupante. Y sí, está totalmente relacionado con los resultados académicos del alumnado. Sí, he osado decir académicos porque, incluso que algunos defiendan que las calificaciones no tienen nada que ver con el aprendizaje del alumnado, yo sí que creo que, salvo los «regalos» del aprobado, hay aprendizaje tras muchas cosas que permiten obtener ciertas notas en el boletín. No estoy diciendo que sea una correlación exacta, pero sí que creo que no deberíamos descartar, como hacen algunos, que las calificaciones sirven de algo. No de todo lo que se plantea, especialmente en las notas más raspadas, pero sí para aquel alumnado que tiene una progresión más que correcta. Calificaciones que disminuyen alarmantemente en caso de alumnado que pasa horas en Instagram o invierte en Bitcoins.
Sí, tenemos alumnado que invierte en Bitcoins. No sé con qué dinero, pero invierte. Además, hay algunos que ganan dinero. Ganar dinero en algo de forma inmediata tiene sus problemas. Es como cuando alguien pone un euro en las tragaperras y le sale el premio. Engancha y acabas perdiendo lo que ganaste y poniendo todo lo que no tienes. No lo digo yo. Lo dicen las asociaciones de ludopatía. Y los Bitcoins, al igual que pretender ganar la vida con cosas que no existen, es igual que el timo de la monedita esa que llegaba antaño a tu buzón de la que debías devolver dos al que te la había enviado mientras que ibas enviando una a otra persona. Estafa piramidal basada en humo. Esto son las criptomonedas. Una bolsa de altísimo riesgo. Más que el jugar en bolsa habitual. Si se llama jugar en bolsa es por algo. En nuestro alumnado este «inocente juego» genera muchísimos problemas.
Ahora entre los inversores adolescentes en productos que no existen, que patrocinan sus estrellas (especialmente en el contexto digital, como YouTube o Twitch), la ludopatía en juegos de azar que ahora se ha movido hacia el Bitcoin, las cuentas de Instagram en las que el alumnado quiere promocionarse y conseguir seguidores como sea, sumando a lo anterior el acoso habitual en redes sociales públicas o privadas, nos está quedando un sistema educativo hecho unos zorros. El problema es que a nadie le interesa parar esto. Nadie se plantea hacer intervenciones de calado para evitar estos problemas. Problemas, como he dicho anteriormente, más importantes que el currículo, las herramientas o, incluso, las ratios.
Cuando veáis a un alumno en vuestra clase usando el teléfono móvil, pensad que en más ocasiones de las que os creéis lo está usando para cuestiones que poco tienen que ver con hacer esa actividad tan molona que habéis preparado para que lo usen. Nuestra sociedad está creando monstruos digitales y personas con un problema muy serio porque, al final, todas esas experiencias que se conforman en etapas iniciales del individuo, siempre quedan interiorizadas dentro de la persona.
Los problemas de salud mental de nuestros chavales también tienen relación con ese uso y abuso que se está haciendo de los dispositivos móviles. Relación con lo que hacen, lo que ven, lo que se normaliza y las ganas de todos de dejarlo correr porque, es que al final «es algo sin importancia». Hasta, claro está, que algún chaval se suicida por el acoso recibido en las redes sociales, llega la policía con denuncias, se abusa sexualmente de menores que han quedado por internet porque habían colgado determinados vídeos en Instagram (¡miedo dan algunos Instagrams de adolescentes!) o, simplemente, se observa que hay facturas de inversiones en ciertas cosas que han hecho con las cuentas de la familia que han salido mal.
Da la sensación de que nadie lo esté viendo. El problema más importante de nuestro alumnado no son las asignaturas o la distribución horaria de las mismas o las drogas de esnifar, pinchar o tragar. El problema es todo lo que tiene que ver con el contexto digital. Un contexto digital en el que, en algún momento, alguien tendrá que actuar. Estamos perdiendo generaciones por ello. Y afecta por igual a adolescentes procedentes de familias con dinero o sin él porque, al final, es algo mucho más complejo.
No me hagáis caso. Seguro que no es un problema. Al menos no se habla mucho de él en los medios, ni lo hacen los políticos que gestionan la educación. Tampoco es uno de los debates candentes en las redes sociales entre los docentes. Quizás es que mi visión paranoica me haga ver un problema donde solo está una mala educación en el uso de ciertos dispositivos electrónicos. Será eso.
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¡Hola! Soy docente de Argentina, de nivel primario. Los celulares están arruinando a nuestra generación. Chicos de once años ya están presentando síntomas de adicción. No pueden dejar el teléfono a un lado, aunque sea lo quieren tener para tocarlo físicamente. Están apareciendo problemas de postura, de vista. Miran pornografía. Se crean una realidad falsa del mundo, de la vida, de las relaciones. Consideran que su mundo online es más confiable que el offline. Crecen solitarios. Juntos pero cada uno mirando su pantalla. Se vuelven expertos de lo superfluo y a veces rayan con lo peligroso, como cuando siguen un reto de Tiktok. Tienen la mente fragmentada. No pueden pensar en profundidad. Necesitan saltar de una cosa a la otra. No entienden los textos. Todo les aburre, incluso un juego de mesa.
Y detrás hay adultos que les compran el teléfono poniendo como excusa la «seguridad» (¿quién dijo que hoy en día el mundo es más inseguro?. Ah, los medios!!!!) pero en el fondo lo hacen para que su hijito no se sienta afuera de ese mundo que todos sus compañeros comparten. Y muy en el fondo y aunque muchos adultos no lo quieran reconocer, hay un egoismo. Niño con celular es niño que no jode. Es el chupete moderno. Promete a los padres estar libres de las demandas de la infancia.
Todos lo vamos a pagar muy caro. Pero creo que cuando nos demos cuenta, no va a haber vuelta atrás.
La suerte está echada.
¿A alguien realmente le importa?
Muy buena reflexión. Yo tengo bastante claro que, como sociedad, el asunto de los móviles, las pantallas, las redes sociales…se nos ha ido de las manos. A veces pienso que es mejor dejar a un chaval solo con una sierra radial que con un móvil… De todos modos, a mí todo lo que comentas no me parece un problema educativo. Me parece un problema social, estructural… Ojalá solamente fuese un problema educativo. No sé si me explico. Un problema educativo se arregla «en la escuela… en el instituto… en casa…» y con leyes y medios educativos. Este otro problema es mucho más difícil de arreglar. Creo que además no hay voluntad de arreglarlo… Un asco.