En el día de ayer me pasaron un artículo en el que, uno de los que diseñan exámenes en PISA, afirmaba que «hace falta formar para evaluar a los expertos, no para ser intelectualmente autónomos» (fuente). La verdad es que resulta curioso que alguien abogue por no ser intelectualmente autónomo. Supongo que será por la posibilidad de seguir siendo «alguien» en el mundillo educativo (ese que mueve la pasta y gestiona la educación). A más cantidad de imbéciles, más cantidad de gurús. Es una fórmula que no falla.

Trabajo codo con codo con más de doscientos docentes. Cada uno de ellos le da mil vueltas, en cuanto a saber de docencia, a cualquiera de esos gurús que pululan en los medios. Ya no entro en las diferencias abismales entre su opinión, viendo y palpando la realidad, con la opinión de alguien, o bien que ha abandonado el aula hace eones, o bien no la ha pisado en su vida. Es que, sinceramente, comparar una charla de César Bona o Mar Romera con una charla de café con cualquiera de mis compañeros es (…). Son dos niveles de conversación. Son dos niveles de conocimiento.

A nadie se le ocurriría jamás hacer caso a un médico que, ni opera, ni trabaja en ningún laboratorio. Bueno, durante la pandemia se hizo caso a muchos de esos que, curiosamente, pasaban más tiempo en los platós de televisión que investigando. Quizás por ello fue el asunto más bien regulín. Es lo que tiene hacer caso a las Belén Esteban de los diferentes ámbitos de conocimiento. Y eso, por desgracia, es algo que el personal (incluso muchos docentes) tienen muy interiorizado. Ven a alguien en un púlpito y se ponen a creer lo que dice. Incluso que sepan que no coincide en nada con lo que sucede en sus aulas. Sorprende, pero es así.

Estas últimas décadas están surgiendo un montón de mamelucos que pontifican acerca de cómo hacer las cosas en educación. Se saltaron la parte guerrera para centrarse en la parte comercial. Venden recetas que, ni saben aplicar, ni conocen sus fundamentos y que, curiosamente, en caso de tener hijos, jamás las aplicarían con ellos. Es lo que tiene el bocachanclismo guruseril. Muchos hablando de educación desde la barrera. Y repito, el problema no es que estos mindundis hablen de educación. El problema es que se dé más importancia a estos personajes que a un docente que lleva diez, veinte o treinta años de aula.

La opinión de cualquier docente que trabaje dando clase vale más que la de cualquier tertuliano de la tele. Vale más que la de cualquier pedagogo o profesor de determinadas Facultades que, curiosamente, entró por un sistema de méritos consistente en lamer determinadas protuberancias del que le dirigía la tesis. Uno puede ser muy bueno para leer sobre Piaget, Vygotsky o Rousseau y un auténtico inútil para dar consejos acerca de cómo uno tiene que dar una clase. Los expertos en dar clase son los docentes. Los expertos en trabajar en su aula, son los que están trabajando en su aula. Los demás simples disertadores de palabras más o menos rimbombantes.

En poco tiempo entraré en mi primera clase de hoy. Surgirán mil y un problemas reales. Y, curiosamente, el único que estará en esa aula voy a ser yo y mis compañeros en las suyas.

Finalmente deciros que, la gran diferencia entre un gurú y un docente de aula es que el segundo puede hacer de gurú mientras que, curiosamente, el gurú siempre pone kilómetros de distancia entre el aula real y él. Y eso, a mi entender, es una grandísima diferencia. Una diferencia que, siendo docentes, deberíamos ser capaces de ver y hacer el vacío, en esos actos mercadotécnicos, que algunos hacen y por los que les pagan muy bien. Pero, por desgracia, como todos sabéis, vende más el que no sabe que el que sabe. No solo en educación.

Como estoy haciendo en los últimos artículos, os recomiendo mi nuevo libro sobre educación para mayores de dieciocho, “Educación 6.9: fábrica de gurús”. Lo podéis adquirir aquí (en versión digital o papel) o en ese pop-up tan molesto que os sale. Y sí, me haría mucha ilusión que fuera uno de los diez libros más vendidos sobre educación este curso. 😉


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