En el día de ayer, algunas personas que me quieren muy poco, se pusieron a enviarme fotografías e información acerca de un evento para orientadores, que tenía como charla de clausura, la titulada «Hacia un nuevo paradigma» impartida por uno de los 50 finalistas del Global Teacher Prize de hace ya unos años, César Bona. Y ello lleva a preguntarme hoy, de nuevo, por qué hay docentes que van a escuchar a gente que sabe muchísimo menos que ellos. Qué hace que un comité organizador, supuestamente formado por profesionales, decida que este tipo de personajes encajan en una jornada dirigida a profesionales de algo tan importante como es la orientación educativa. Y eso es algo que, por desgracia, llevo preguntándome hace mucho tiempo.
No entiendo que profesionales como la copa de un pino se apunten a cursos, talleres o conferencias impartidas por personas que no tienen ni la mitad de formación, experiencia o conocimiento que ellos. ¿Qué les motiva a hacerlo? ¿Qué esperan aprender? ¿No se dan cuenta de que están perdiendo el tiempo y, en ocasiones, el dinero?
Me planteo varias posibles respuestas a estas cuestiones, pero ninguna de ellas es muy halagüeña para los compañeros que caen en esta trampa. Dejadme intentar enumeraros las mismas.
1) Ignorancia
Quizás algunos docentes no sepan realmente quién es el ponente que les va a hablar, o qué credenciales tiene. Tal vez se dejen llevar por el título del evento, o por la publicidad que lo acompaña. O quizás confíen ciegamente en la organización que lo promueve, sin cuestionar su rigor o su ética. En cualquier caso, se trata de una falta de criterio y de espíritu crítico que les hace vulnerables a los charlatanes y a los vendedores de humo.
2) Inseguridad
Otros docentes pueden sentir que necesitan estar al día de todo lo que se mueve en el mundo educativo, aunque sea superficialmente. Puede que tengan miedo de quedarse atrás, de no estar a la altura, de perder el contacto con sus alumnos o con sus compañeros. O puede que simplemente quieran llenar su currículum de títulos y certificados, aunque no les sirvan para nada. En este caso, se trata de una falta de confianza y de autoestima que les hace dependientes de la opinión ajena y de la moda del momento.
3) Interés
Algunos docentes pueden tener otras razones para asistir a estas charlas, que nada tienen que ver con el aprendizaje o la mejora profesional. Puede que lo hagan por obtener algún beneficio económico, como una gratificación, una exención de horas o un viaje pagado. O puede que lo hagan por obtener algún beneficio social, como conocer gente, hacer contactos o escapar de la rutina. En este caso, se trata de una falta de compromiso y de responsabilidad que les hace anteponer sus intereses personales a los de sus alumnos y a los de la educación.
4) El fenómeno fan
Hay docentes que van a ver a ese docente con muchos seguidores en las redes sociales, que ha salido mucho en los medios y que se ha viralizado desde hace tiempo porque «es famoso». Compran sus libros que no dicen nada y, cuando les cae cerca una de sus ponencias, acuden como si acudieran a ver su grupo de música favorito. En este caso les da igual que cante bien o mal. Eso sí, sin llegar al nivel de tatuarse su nombre o comprarse camisetas con su cara aunque, al ritmo que va la degeneración de todo esto, todo se andará.
5) Obligación
También hay jornadas, cursos y charlas a las que se obliga -o más bien, se presiona- a ir por parte de terceros. No ir supondría estar marcado y los docentes, como seres humanos que somos, tampoco queremos estar marcados en nuestro centro de trabajo. Por ello en ocasiones se acude a ciertas cosas y a oír a determinados personajes. En muchas ocasiones se prefiere eso a buscarse enfrentamientos. Es lógico. Repito, los docentes somos personas y queremos estar bien a nivel laboral y personal.
Como vemos, ninguna de estas razones es muy digna de admiración, ni muy coherente con la profesión docente. Los docentes que van a escuchar charlas de alguien que sabe muchísimo menos que ellos están desperdiciando una oportunidad de oro para aprender de verdad, de forma profunda y significativa, de aquellos que sí tienen algo que aportar. Están renunciando a su papel de agentes activos y críticos de su propio desarrollo profesional, y se están convirtiendo en meros receptores pasivos y acríticos de información irrelevante o engañosa.
Quiero insistir en algo muy importante. La culpa no es de César Bona o de esos ponentes truchos. La culpa es, tanto de los que validan su idoneidad como ponentes acudiendo a verlos, como de los que los contratan. Ellos, simplemente, se venden. Y, al menos en este caso, no dan recetas educativas basadas en pseudociencias y solo cuentan cuatro chascarrillos, mezclados con alguna metáfora chusca.
Por eso, desde aquí, quiero animaros a todos los docentes que os pasáis por aquí a que no caigáis en esta trampa, y os informéis bien antes de apuntaros a cualquier actividad formativa. Que busquéis fuentes fiables y contrastadas, que consultéis las opiniones de otros compañeros, que exijáis calidad y rigor a los organizadores y a los ponentes. Que no os dejéis seducir por los cantos de sirena, ni por las modas pasajeras, ni por las falsas promesas. Que sepáis elegir lo que realmente os interesa, os motiva y os ayuda a mejorar como profesionales porque, al final, esto debería ser la clave de cualquier formación.
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No puedo estar más de acuerdo. Sí voy a un congreso espero, como poco, que quién esté delante sepa más que yo y que se base no en modas, sino en experiencia, en lo que ha estudiado de manera crítica y en evidencias.