Recuerdo con cariño mi proyecto final de carrera, relacionado con la degradación de las lipasas por Aspergillus Niger, en el que dediqué horas y horas de laboratorio, además de la consulta de múltiples investigaciones que habían hecho estudios parecidos anteriormente, con el fin de contrastar resultados. Y recuerdo también, con bastante claridad a pesar de los muchos años que ya han pasado, dos recomendaciones de mi tutor: tener un protocolo impecable de trabajo en el laboratorio e ir con mil ojos antes de dar por válido algún estudio previo.
Conforme han ido pasando los años y he ido sumergiéndome en la lectura de investigaciones educativas, he visto que lo de tener mil ojos antes de aceptar ciertas cosas es clave. Hay mucha investigación educativa que, curiosamente, ni tiene una hipótesis de partida correcta, ni sabe uno muy bien a qué pretende resolver y ya no digamos, por desgracia, la gran cantidad de papers publicados a peso que hacen algunos para justificar que están investigando.
Estos días, por curiosidad, me he destinado a analizar las publicaciones que ha realizado un investigador educativo, muy activo en las redes sociales, desde el año 2020. Me he encontrado la friolera de 28 publicaciones y la participación en algunos libros. Y ahondando en esas publicaciones, me he encontrado que, según dice el autor, ha consultado un total de más de 1000 referencias bibliográficas para escribir todas esas publicaciones. Suponiendo, grosso modo y aislándome de los libros completos que dice que se ha leído, un promedio de unas 25 páginas por referencia bibliográfica, nos encontramos que, desde el 2020 se ha leído, analizado y comprendido, un total de 25000 páginas de investigaciones/estudios relacionados con la educación. Y ya veis, que a poco que tengáis algo de sentido común, algo cae por su propio peso.
Sumando sus clases, sus bolos y sus investigaciones, si queremos que lo anterior tenga un poco de calidad y se haya leído todo lo referenciado, nos encontraríamos con que debe horas de vida al mundo. Es imposible leerse 25000 páginas de investigaciones educativas en 3 años. No es que sea imposible leérselas. Es que es imposible tener tiempo, más allá de hacer un copia y pega de una determinada frase, aislándola totalmente del estudio, usarla para sus publicaciones.
Este blog, al que le dedico un promedio de unos cuantos minutos al día de cariño, producto de varias lecturas y reflexiones, basadas en la experiencia tiene, a la vista de los números que os he mostrado anteriormente, la misma validez que las investigaciones que está publicando este investigador. Y eso es un problema muy importante porque, por desgracia, la parte de investigación, sin descuidar la de docencia (demasiado infravalorada en la Universidad), es la parte del león de los que trabajan en la Universidad. Y hacer una investigación de baja calidad, publicando artículos plagados de faltas de ortografía, automencionándose continuamente y sin aportar nada útil a la educación, es tener un problema importante si queremos mejorar las cosas.
Para investigar uno debe reunir dos características: saber hacerlo y no dedicarse a publicar a peso cosas que, salvo a él a nivel profesional, no tienen ningún interés para nadie. Sé que pasa en más Facultades, aparte de las de Educación pero, a diferencia de lo que sucede en educación, en otras sí que hay repercusión en los diferentes ámbitos. Quizás sea, o bien porque hay mejores investigadores o quizás, porque se han aislado de ensoñaciones pedagógicas que, por desgracia, lastran cualquier posibilidad de investigar para mejorar. O quizás, siendo mucho más malo, es que a lo mejor las investigaciones en el ámbito educativo solo sirven a algunos para mantener su statu quo.
¿Hay investigación buena en educación? Claro que sí. Pero, por desgracia, hay muchísima morralla. E investigaciones tan absurdas como innecesarias como la que se difundió en Twitter (lo sé, es X) hace poco que indicaba que, en una clase en la que el alumnado no calla e interrumpe constantemente al docente, se aprende menos. Es que hay cosas que, a lo mejor, no necesitan investigación ni destinar recursos a hacerla. Basta con pisar un aula. O hablar con los que la pisan.
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Desgraciadamente, el sistema universitario privilegia la investigación (los profesores se quitan “créditos” de clase por tener proyectos de investigación, cargos de gestión), viéndose la docencia como un “castigo” para quien no investiga o, mejor dicho, publica (investigaciones basadas a menudo más en el peso que en la calidad). El “publish or perish” (publica o muere).
Como decía un amigo mío que trabaja en una Universidad, el peso de los papers determina el complemento salarial y los proyectos que recibe mi Departamento.
Gran comentario, muy bien escrito. Soy docente y estoy muy de acuerdo con todo lo que expone. La ley de educación sectaria que se ha aprobado en estos años hace un flaco favor al profesorado: temarios raquíticos, permisividad absoluta, el tema de género e igualdad se mete por todos los lados, y lo peor de todo: ausencia de cultura del esfuerzo… En fin veremos cómo se desarrollan las futuras generaciones en el mundo laboral, pero en visitas de lo que se ve en el aula, se antoja complicado.