En un principio se usó la palabra «woke» para indicar que alguien había despertado, adoptaba una postura progresista y luchaba contra determinadas ideologías. Un movimiento que se ha ido radicalizando y caricaturizando en los últimos tiempos. Mucho papel cuché y muy poco fondo en los que acaban defendiendo, a nivel macro ciertas cosas sin tener en cuenta que algo, quizás, no sea tan progresista ni perverso como ellos se creen.

También sucede en educación donde, de forma muy bien diseñada por terceros que jamás van a dar la cara, ha surgido un modelo de pedagogía woke caracterizado por pensar que el sistema educativo está amañado contra ellos y que, aunque estén siendo apoyados masivamente por intereses económicos y pedagogías sin ninguna evidencia más allá de las personas que dicen que eso debe ser así, siguen pensando que los que no comulgan con su idea de lo que debería ser la educación son los que realmente están siendo apoyados por esos intereses.

Se mueven fundamentalmene por discursos de poder y palabrería variada. Unos discursos de poder que hacen que se cuestione a todo el «que no se ha despertado pedagógicamente» porque, al final, la base de su movimiento es el discurso contra determinados docentes o personas que cuestionan su «despertar». Además creerán que todos los que se oponen a sus discursos están viviendo en Matrix porque son incapaces de pensar en que puede haber personas que tengan diferentes ideas pedagógicas que ellos, creando enemigos con los que no debatirán nunca porque, o se les da la razón, o generarán cerrazón ante cualquiera que cuestione su discurso monolítico y siempre verdadero.

Además, los defensores de la pedagogía woke creen que cualquier desacuerdo con ellos deja de ser válido por el simple hecho de estar en desacuerdo con sus planteamientos. Si hay determinadas modas educativas que deben defenderse, dentro de un plan pedagógico determinado, se defienden con independencia de los desacuerdos que haya. Curiosamente son los defensores de la pedagogía woke los que gestionan la educación y, por ello siempre resulta curioso ver cómo la opresión que dicen tener por parte de terceros, acaba siendo la opresión que generan contra quienes no siguen sus dictados.

Culpabilizan, como no podría ser de otra manera a los que, en algún momento, se les ocurre dar la razón a alguien que piensa diferente a ellos. Cualquier docente que sea capaz de cuestionar «su verdad» y avalar, con sus interacciones (analógicas o virtuales) un discurso pedagógico diferente al suyo es culpable y ya forma parte del enemigo. Tienen un temor absoluto a mancharse con debates entre ellos y los que piensan o apoyan a los que piensan diferente de ellos. Y eso es algo que se demuestra en muchos congresos educativos. Solo hay una visión única de la educación. Siempre la que sigue la senda de la pedagogía woke.

Uno de los principales problemas del debate con la pedagogía woke, ampliamente implantada en las Facultades de Magisterio y en los másters del Profesorado, aterrizando, de forma nada sibilina en los centros educativos en las etapas obligatorias, por parte de docentes que creen que han despertado, es que siempre tenemos las de perder porque, valorando el diálogo, la conversación, la razón o las evidencias, estamos pensando que los defensores de la pedagogía woke también lo harán. Y no es así porque, al final, el único argumento que van a darte es que defiendes la lista de los Reyes Godos. Y será imposible que se bajen de ese argumento u otro parecido.

Hay pedagogía buena, mala y woke. Y esta última es la que más me preocupa porque, al final es a la que realmente se le está dando importancia. Una pedagogía que está haciendo mucho daño en el aprendizaje de nuestro alumnado porque, al final, es la que están comprando la mayoría de los políticos que gestionan la educación, tanto de un signo político como de otro.


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