Nada que aportar

Le he dado la vuelta a todos mis planteamientos educativos de forma recurrente. He abrazado religiones, tanto innovadoras como tradicionalistas. He probado todas las herramientas TIC habidas y por haber. He usado Twitter para compartir, para reflexionar, para opinar, para cambiar mis opiniones, para zaherir, para debatir, para justificarme, para justificar,…, para todo lo que se pueda usar una herramienta tan maravillosa y nociva como es la red del pajarito azul.

Me estoy dando cuenta que no tengo nada que aportar, ni en Twitter ni en este blog. Soy un simple ingeniero que pasaba por ahí y que, hace unos veinticinco años recaló en la docencia. La profesión me fue dando golpes de realidad y sigue dándomelas hasta el último día previo al fin de semana en el que di clase de una a dos. ¡Es la realidad! Una realidad en la que, con suerte, puedes conseguir que algunos de tus alumnos aprendan, otras clases salgan como el culo o, incluso salgas contento de algunas. Después escribo unas líneas o algún tuit diciendo lo anterior, porque simplemente te apetece y tienes instalada la app en el móvil, y voilà, ya tienes tu gran reflexión educativa a disposición de todo el mundo que tenga cuenta ahí. Ver que muchos sufren no hace que uno sufra menos. Ver que a uno le van bien o mal las cosas, no significa que a uno le vayan bien o mal. Hay tantos culos como personas. Hay más amplios, menos, respingones, planos, con pelos, con matorral, depilados,… y eso, al igual que sucede con la docencia, hay tantas opiniones como esa parte de la anatomía que os acabo de comentar.

He leído mucho. Sigo leyendo mucho. Hay aportaciones interesantes de gente que se lo curra. Otros dicen cuatro bobadas desde una tarima o, como hago yo, vierto ese mejunje de no se sabe qué en este blog o en Twitter. Ya, también hago una difusión en Facebook y en Telegram, pero eso me cuesta entre poco y nada. No, para aquellos que me preguntéis, no tengo automatizada la publicación de un post en el blog y compartirlo después en las redes sociales. Lo hago a manubrio.

¿Tiene sentido compartiros la paella cada domingo? ¿Tiene sentido compartiros reflexiones tan vacías en 280 caracteres -o hilos- que me pasan por la cabeza? ¿Aporta algo realmente que un día pueda defender la Cartilla Palau y los Cuadernos Rubio con uñas y dientes y, dentro de unos días, meses o años, cambie de idea y me ponga a defender otro modelo de trabajo o herramientas para adquirir determinados conocimientos? Soy una puta veleta. Hace años defendía la innovación educativa sin fisuras. Ahora ya no sé ni que defiendo. Ojalá fuera tan maravilloso como aquellos que jamás tienen dudas y dictan sentencias. Estaría bien saber qué funciona y qué no en mi profesión. Puedo intuir cosas pero, mi intuición tiene a ser más voluble que la calidad de las películas de la franquicia de los Cazafantasmas. Reconozcámoslo, un poco fantasmas los que tenemos blog y compartimos cosas, exponiéndonos, en las redes sociales lo somos.

Al igual que sucede con los científicos, mejores docentes son los que hablan poco y hacen mucho. Por tanto, sinceramente, buscad en vuestros centros educativos, en vuestros compañeros de café, leed investigaciones y libros que no están escritos en un rato o que forman parte del argumentario de un blog y, quizás así, podéis seguir dando bandazos pero un poco más (in)formados.

No creo que las redes sociales ni los blogs permitan difundir la cara B de la historia. Creo, más bien, que lo que cubren es esa necesidad que tenemos todos de que alguien hable, incluso que sea mal, de nosotros.  No lo sé. Lo que sí que tengo claro es que nadie en las redes sociales o desde un blog os va a dar las claves de nada. Otra cuestión es que os apetezca ver fotos (siempre sesgadas) de los viajes que se pegan esos que tienen un blog de viajes, recetas de cocina que, al final jamás acaban saliendo como aparecen en la foto o, simplemente, debatir de tú a tú con otro que da la misma importancia que tú a lo que no tiene ningún tipo de importancia. Las reivindicaciones desde el sofá, más en época de frío, son reivindicaciones light. Eso sí, siempre desde el calorcito. Y solo necesitas tener tu móvil con batería mientras estás viendo cualquiera de esas reformas de casas que hacen por la televisión. O documentales de animalitos para poder conciliar la siesta.

¿Tienes algo que aportar? Hazlo. ¿No tienes nada que aportar pero quiere parecer que aportas algo? Hazte un blog y tuitea. Hablo de tuitear por deformación personal. Vale “facebookear” e “instagramear”. O montarte un canal de YouTube o Twitch para mostrar tus grandes habilidades en las que, en el primer caso, tardas más en editar el vídeo que en aprender la tontería que vas a enseñar.

Finalmente un detalle. Que tenga claro que los blogs o las redes sociales no aportan nada (sí, lo sé, la mayoría de diarios, salvo pequeñas columnas, no lo hacen pero no es excusa) no implica que uno no tenga cosas que decir y quiera compartirlas. A mí sí que me aporta tener este blog y tuitear. Si no me aportara no lo haría. Otra cuestión es qué vale ese aporte. Y, aunque cueste de reconocerlo (el ego está hablando por mí), tiene un valor mucho más limitado que la conversación que vamos a tener hoy en la comida, la que tuve ayer cenando con mi mujer o, simplemente, ese abrazo que doy a menudo a mi hija. Y ya no entro en el tema profesional donde el camino se demuestra andando. No blogueando ni tuiteando.

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