En los últimos tiempos ha aparecido un colectivo de docentes, denominado Colectivo DIME (¡sí, os hago publicidad gratis!), que a lo largo de ayer y hoy, como continuación a un ataque verbal sin precedentes a los que no piensan como ellos u osan cuestionarles a nivel argumental, está denominando a todo quisqui fascistas. Bueno, a mí hoy me han llamado fascista y equidistante.

A mí que un colectivo dedicado, según dicen a la inclusión, se dedique a tener como único argumento «eres fascista» o, simplemente, buscar un resquicio para ir al ataque ad hominem, lo único que me demuestra es que algunos no quieren mejorar la educación. Simplemente quieren mantener su statu quo y que su discurso/relato sea el único. No hay otra explicación posible.

Yo tengo claro que soy un profesor fascista. Y hoy os voy a enumerar varios motivos por los que, para el colectivo DIME, soy un fascista.

El primer motivo es que pido una reducción de ratios. Pedir una reducción de ratios, si no es con inclusión es ser fascista. Por considerar que primero viene la reducción de ratios, después la integración y finalmente la inclusión, ya soy fascista. Y si además no quiero pasar por el aro magufo del DUA o por la empresa que tiene alguno de los del colectivo DIME, ya soy fascista.

Soy fascista también por no creer en discursos únicos. Por considerar que el aula, al ser diversa, necesita estrategias diferentes. Eso me hace estar alejado de los ámbitos, del ABP o de otras estrategias metodológicas únicas y vendidas como estándares. Fascista de nuevo.

También lo soy por juntarme con otros docentes (denomínense interesadamente como rojipardos, profesaurios, etc.) que, en ocasiones, cuestionan los no-argumentos del colectivo DIME o de alguno de sus miembros.

Soy fascista también por creer en la escuela pública, en la igualdad de oportunidades desde una modificación social o en el conocimiento. Sí, culpa mía. Creer en la escuela pública, en que no todo puede solucionarse en el aula y por ello necesita de medidas más generales o en que, para romper el techo de cristal, cada vez fabricado con cristales más difíciles de romper, se necesita saber cosas, me hace un fascista. No puedo evitarlo.

Lo de ser fascista por no haber visto nunca, ni en mi vida de estudiante ni como docente, que se obligue al alumnado a aprenderse la lista de los Reyes Godos o se le pegue con una regla en los dedos, también me sucede. No haber visto esa realidad que, según algunos (entre ellos los del colectivo de marras), sucede en todos los centros educativos me da más puntos para ser un camisa negra. Y eso que no me gustan las camisas negras, aunque debo reconocer que el negro disimula un poco las lorzas…

No rendir sumisión a todo lo que dicen esos tipos y tipas que están tras el colectivo DIME también me hace fascista. No comulgar con una manera monolítica de entender la educación me hace fascista. Es que, por desgracia, ni comulgo con los del colectivo DIME ni con los de otros colectivos en su totalidad. Tengo una idea propia acerca de cómo debería ser la educación. Eso, por lo visto, me otorga el rol de fascista equidistante. Estoy que me salgo.

Tirar de hemerotecas me hace fascista. Creer en lo que dicen los datos y las evidencias, me hace fascista. Ser capaz de cambiar de opinión, me hace mucho más fascista aún.

Criticar ciertas cuestiones de todas las leyes educativas, firmadas por unos u otros, me hace fascista. Criticar las decisiones educativas que toman determinados partidos políticos, incluso que sean afines ideológicamente a mí, me hace fascista.

De verdad. Me sobran motivos para que algunos me denominen fascista. Por tanto, voy a acabar el post afirmando que, por los motivos anteriores y por decirlo los del colectivo DIME, soy un docente fascista. Y, además, equidistante. Eso sí, mañana, a diferencia de muchos de los que me etiquetan como fascista, iré a mi centro educativo a dar clase y reivindicaré mejoras educativas donde pueda hacerlo. Es lo que hacemos los fascistas como yo… ¡actos fascistas!

He ilustrado el post con uno de los grandes fascistas de la Historia. Seguro que le conoceréis.

Como estoy haciendo en los últimos artículos, os recomiendo mi nuevo libro sobre educación para mayores de dieciocho, “Educación 6.9: fábrica de gurús”. Lo podéis adquirir aquí (en versión digital o papel) o en ese pop-up tan molesto que os sale. Y sí, me haría mucha ilusión que fuera uno de los diez libros más vendidos sobre educación este curso. 😉


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