Lamento informaros de que, por desgracia, aunque os creáis imprescindibles no lo sois. Podéis pensar que vuestro centro educativo no funcionaría sin vosotros, sabéis más que nadie de TIC o metodologías y, además sois muy conocidos por las redes sociales pero, la realidad es que tenéis más de prescindibles que otra cosa. Nadie es imprescindible. Ni en docencia ni en cualquier otra profesión. Menos aún en docencia porque, es pegar una patada y salir de las piedras cientos, por no decir miles, de profesionales tan buenos o mejores que cualquiera de esos que se creen «especiales».

Los centros educativos pueden gestionarse por mucha gente. No hay equipos directivos imprescindibles ni personas que, aunque en un momento puntual tengan un determinado cargo con poder de decisión en el asunto, tengan una mayor relevancia que la que pueden tener puntualmente. Por suerte somos efímeros y falibles. Y totalmente prescindibles en cualquier ámbito. Incluso en el sentimental. Si existen los divorcios es por algo. Existen porque, por suerte, no hay nada infinito ni amores de cuento de hadas aunque alguien se lo crea. Los príncipes y las princesas son de los cuentos. Últimamente ya ni eso porque si a la princesa le apetece ser príncipe y al príncipe ameba, nadie puede impedírselo. Eso sí, serán igual de prescindibles que cuando eran príncipe y princesa. La imprescindibilidad no existe.

Estoy cansado de escuchar a gente que habla de lo imprescindibles que son o de tecnología que, por motivos ignotos, es imprescindible para poder desarrollar correctamente su profesión. Craso error. Ni el que razona ni el irracional tienen nada de imprescindibilidad. Eso sí, si uno quiere sentirse orgulloso y henchido de ego, que se ponga la medallita de serlo. Los unicornios y el uso de sus artefactos imaginarios no está tasado. Uno puede vivir en su mundo maravilloso en el que todo gira alrededor de él.

Si Colón no hubiera descubierto América otro lo hubiera hecho. A lo mejor lo hubiera descubierto Germán, el vecino de choza del Valentín que tenía un primo que, por parentesco, estaba relacionado con el amante de la que patrocinó el viaje. O el hijo pelirrojo del cura del pueblo en el que, curiosamente, el único pelirrojo era el que impartía misa (y, supuestamente, otras cosas). Ni Hitler o Stalin fueron imprescindibles para provocar una Guerra Mundial. Cualquiera podía haber sido el artífice porque, al final, lo que menos importa, salvo para los nombres que se estudian por estar en un determinado lugar en un determinado momento, es el nombre y sí el hecho.

El próximo día en el que algún docente se sienta imprescindible, recordad que ha habido miles de docentes antes que vosotros y habrá miles después. Todos tan o tan poco válidos como vosotros. Eso sí, algunos sabrán/sabremos que lo mejor que puede sucedernos es darnos cuenta de nuestra prescindibilidad. Disfrutaremos más de las vacaciones y de nuestra vida en general. Consideraos prescindibles. Vuestra vida y los que os rodean os lo agradecerán porque ser prescindibles significa que, al menos algo habéis hecho bien.


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