En estos tiempos de pandemia, aunque desde los últimos tiempos se ha convertido en una visión mayoritaria por parte de muchos (entre los que se incluyen también docentes), nos estamos dando cuenta de que los centros educativos están siendo considerados como «elementos clave para la conciliación». A ver, hablando en plata, tienen la consideración de aparcaniños o guardería de personitas, durante un período más o menos prolongado de tiempo, que permite que sus padres puedan trabajar (o, en caso de no hacerlo, poder «disfrutar» de unas horas sin tener que soportar a sus hijos). Si a eso le sumamos la conversión de la educación, mediante la mediatización del propio concepto de educación hasta convertirlo en escolarización y establecimiento de labores sociales como eje fundamental del asunto, ya nos queda claro el sentido que quiere darse a la educación. Con demasiados presionando para hacerla obligatoria hasta los 18. Es que, poder tener un servicio de guardería -incluso que sea caro- es más rentable que padecer fuera del aula a determinados elementos.

Hay padres que no saben educar a sus hijos y por ello delegan su función en los centros educativos. No debería ser función de los centros educativos la de enseñar a comer, a ponerse el brazo delante cuando se estornuda o a quitar piojos. Sí, hay centros educativos en que los docentes, al ver determinada dejadez familiar (porque, con los servicios sociales no puedes contar ya que el déficit de personal que tienen es enorme) pagan tratamiento contra la pediculosis. Amén de ser el único sitio en que el alumnado come una comida variada, más allá de productos de bollería y prefabricados varios. Y ya no digamos lo triste que es ver como en los centros educativos es el único lugar en el que algunos comen caliente. Sí, la escuela se ha ido convirtiendo, con el permiso de la sociedad y la gestión por parte de unos políticos a los que ya les va bien que asuma esas funciones, en un espacio para hacer cosas que nada tienen que ver con las capacidades que tienen los profesionales que hay ahí.

En los centros educativos debería enseñarse a leer, a escribir, a realizar operaciones matemáticas y a todos los aprendizajes que incluye el currículum. No se trata de ser centros asistenciales, ni suplir ayudas del gobierno para que las familias puedan conciliar su vida laboral. La vida laboral se concilia obligando a las empresas a diseñar mejores horarios para sus trabajadores. A no permitir que uno tenga que trabajar más de 8 horas al día para poder sobrevivir en condiciones. Alargando, por ejemplo, el período de bajas por paternidad y maternidad, adaptando los centros de trabajo a las situaciones familiares que impliquen tener niños. En una sociedad envejecida, debe facilitarse el poder tener hijos. Y facilitar poder tener hijos no es darles dinero por cada uno de ellos. Lo de los cheques-bebé siempre, al igual que dar dinero por adoptar (como sucede en Estados Unidos) son malas medidas para lo anterior.

Quizás es que mi visión de los centros educativos no vaya con los tiempos. Quizás deba adaptarme a la visión de algunos docentes que, en lugar de dar Matemáticas, por lo que comparten en la red, parece que se dediquen a dar nociones de sexualidad, emociones o, simplemente, cosas que no tienen nada que ver por lo que están contratados (y por lo que se han currado una carrera). Es que, viendo las restricciones en los bares y ver como a nadie le importa que haya más de quince alumnos en el aula, cada uno hijo de su madre y de su padre, a la hora de aplicar ciertas medidas, no se entiende. Tengo muy claro que los centros educativos deben permanecer abiertos. Que son mucho más importantes que los bares, restaurantes o comercios. Eso sí, para que solo se usen de guardería, convirtiéndolos en algo muy burbujeante, sin ningún criterio epidemiológico ni de aprendizaje a la hora de tomar decisiones acerca de qué hacer con esos centros educativos, solo indica lo que le importa la educación formal a gran parte de la sociedad. Entre poco y nada porque, al final no hemos de olvidarnos que cada vez son menos los padres que preguntamos a nuestros hijos qué han aprendido. Y más los que respiran cuando ven que, caiga un temporal o haya una pandemia del copón, esos centros educativos donde van a poder dejar a sus hijos siguen abiertos.

Me preocupa la concepción de centro educativo como guardería. Me preocupa que los docentes, algunos alegremente y otros menos, deban convertir su trabajo en educar en lugar de enseñar. Me chirría ver a algunos que se llenan la boca con lo que se debe hacer en el aula y siempre excluyen el vocablo aprender en ese discurso. Es que, a veces da la sensación que a más de uno -de dos, de tres,…- le han vendido los centros educativos como algo que, por lo visto, no es lo que debería ser.

Un detalle final… en los centros educativos hay contagios pero, por suerte, se dan entre alumnado que, en muchos casos queda asintomático y no deriva, en caso de síntomas, en situación más grave. Otro tema es que no haya contagios. Aplicando ese discurso, también podríamos decir que prácticamente el porcentaje de letalidad (muertes) entre menores de 50 años sin patologías previas es prácticamente cero según datos oficiales. Entonces, ¿por qué tomar medidas sanitarias en lugares donde la gente, aunque se contagie no muere, y no las mismas en los centros educativos?


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