Las claves de la educación que nos están vendiendo: manipular, mentir y pastelear

Es un buen momento para sacar tajada en el sector educativo. Miles de productos y cientos de metodologías sin ningún aval científico o empírico que pululan a sus anchas en jornadas, medios o, directamente, comprados y suministrados por la propia administración educativa. Ya no es sólo hablar de educación. Es hablar de la cantidad de dinero que se mueve, quién lo hace y, bajo qué premisas se están haciendo ciertas cosas. No hay nada dejado al azar. Bueno, simplemente se ha tenido que contar con una cohorte de docentes que, por cuatro perras, se han vendido, otros que, por falta de capacidad intelectual -sí, lo he dicho claro- están comprando ciertas cosas y, un nutrido grupo al que, les importa entre poco y nada todo lo anterior porque en sus aulas están haciendo lo que creen que es mejor para sus alumnos al margen de lo anterior. Sí, obviar la realidad que nos rodea también tiene su parte peyorativa. Y la principal es que, poco a poco, se van dinamitando las posibilidades de cambios educativos a mejor.

Hay docentes pasotas (por deseo o necesidad) con lo que se está gestando en el ámbito educativo, mucho mercachifle sin escrúpulos y, por desgracia, gurús mediatizados que nunca van a volver a pisar el aula a menos que se les acabe el chollo de las charlas y vender libros. Ya, podríamos hablar largo y tendido en sus habilidades para conseguir lo anterior pero, en ciertas ocasiones, es mejor que esos tipos de personajes no vuelvan a pisar el aula porque, algunos, salvo eso tan mediático que vendieron que les permitió huir, eran unos auténticos inútiles dando clase. Y no, no lo digo yo. Lo dicen compañeros suyos y padres cuyos hijos fueron sometidos a determinadas prácticas por el simple hecho de necesitar vender un determinado producto. Que los padres no son tontos y algunos saben muy bien qué pretenden algunos al hacer ciertas cosas en el aula. No, no todas las prácticas educativas son para beneficiar a los chavales… hay muchas que, al final, lo único que pretenden es hacer medrar al aplicador de las mismas. Algo que nos demuestran los hechos y la capacidad de saber leer entre líneas.

Uno manipula si vende A y después va en B. Uno manipula cuando se inventa datos que avalen sus teorías. Uno manipula cuando, sabiendo que lo que está haciendo tiene un objetivo diferente al educativo, intenta venderlo como si fuera otra cosa. Uno manipula cuando el objetivo del beneficio personal está por delante del beneficio de los chavales. Sí, permitir que en el ámbito educativo campen a sus anchas las empresas tiene esa necesidad: la de manipular para conseguir sus objetivos. Manipulaciones que salen bien porque el ser humano es fácilmente manipulable y, visto lo visto, cada vez lo va a ser más. Plantear una educación basada en el inglés, la informática y el emprendimiento es algo que, uno con un poco de sentido común, ve fácilmente hacia dónde lleva. Y, en este caso, a crear una sociedad de sumisos empleados que van a surtir, a coste muy reducido, determinados trabajos que necesitan algunas empresas y empresarios. No todos los empresarios tienen el objetivo de explotar a sus trabajadores pero, si lo anterior viene facilitado por la propia administración educativa, avalado por algunos docentes y centros educativos, ya tenemos una mayor facilidad para que se pueda dar lo anterior. Cuando el mercado decide qué dar en las aulas, bajo qué proporciones y, por qué no decirlo claramente, diseñando estrategias para crear un trabajador a medida, es que estamos dejando en manos de terceros con intereses lo que debería ser algo que permitiera mejorar la sociedad, las expectativas futuras de nuestros niños y sus posibilidades de éxito con independencia de la situación familiar. Ya, lo anterior no cuadra con el modelo de centros de gestión privada pero, no hemos de olvidar que lo público siempre puede ofrecer resistencia a lo anterior y, por ello conviene, en primer lugar mediatizarlo como malo y, en segundo lugar, hacer lo posible para que la gestión privada se adueñe de lo anterior. Empresas, como siempre, haciendo negocio a costa de los niños con el dinero de los padres. Y no poco.

Mentir también es necesario. Uno no puede vender el éxito de un determinado producto y/o servicio sin compararlo mediante parámetros que, ya se sabe que van a favorecer a lo anterior. Cuando permitimos el establecimiento de pruebas diseñadas por organizaciones económicas y cuya aplicación realizan empresas privadas, tenemos muy claro qué es lo que queremos obtener. Y ya, cuando los datos pueden dar valor añadido a lo que se realiza desde la gestión pública, se miente sin ningún tapujo en los medios que se controlan o mediante aquellos a los que se ha comprado o pagado bien por hacerlo, para que emitan esa mentira envenenada. Ya no son sólo verdades a medias, ya son simples manipulaciones torticeras de la realidad hasta afirmar lo contrario de lo que está sucediendo. Por cierto… si algún medio o persona no es afín a lo anterior, siempre va a quedar la posibilidad de usar a aquellos que se está pagando con migas del pastel para que se dediquen, de forma muy torticera, a desprestigiar personalmente a quién se atreva a cuestionar a ciertos personajes educativos o modas cuya expansión está siendo imparable. Seamos sinceros, el mercado educativo tiene mucho dinero y son varias las empresas (entre ellas varias entidades bancarias, tecnológicas o fondos buitre encubiertos bajo Fundaciones) que tienen mucho interés en conseguir que la educación vaya en el sentido que ellos marquen. La educación como negocio. La mentira o el desprestigio como modelo habitual para acallar la crítica que no pueden comprar porque, por desgracia para ellos, no todos tienen un precio. Lamentablemente, muchos sí. Solo hace falta fijarse un poco y ver los cambios de discurso de algunos en los últimos tiempos. Algo muy fácil de comprobar si uno tiene un poco de ganas de bucear en las hemerotecas.

Finalmente toca hablar del pasteleo. Pasteleo es jugar a repartirse esa porción de pastel entre los mismos. Pastelear es bonito de ver porque ves hasta qué punto algunos compran y venden algunas cosas infumables. Pastelear es un concepto interesante para algunos. Pastelear, seamos sinceros, le permite a uno ir de ruta turística a bajo coste porque, por suerte, es de esos que ha sabido vadear el temporal, arrimarse a los que venden y usar estrategias de comunicación para hacerse de su casa digital una tienda educativa donde lo menos importante es la educación. No querer verlo, no significa que no exista. Tener un poco de sentido común es algo que no interesa. Vender y comprar es algo que el consumo tan habitual en un país donde, lo importante es cuánto tienes para demostrar qué eres, se hace imprescindible. Y ahora que el ladrillo todavía no ha acabado de recuperarse, los misales salen caros o, las infraestructuras públicas están sometidas a un mayor control, de dónde mejor que sacar el dinero que de la educación porque, tanto la educación como la sanidad son servicios por los que todos deben pasar en algún momento.

Supongo que será el cansancio acumulado de estos días, el frío que ha venido de repente, lo blandengue que, según algunos compañeros me dijeron ayer, me estoy volviendo. Quién sabe. La verdad es que, si no fuera porque lo observo cada día y con mayor frecuencia, no hubiera escrito lo anterior. Los mercaderes han entrado al templo educativo. Un templo educativo convertido en sector de culto de unos cuantos mientras muchos otros se dedican a comprar y vender cosas que ni sirven, ni van a servir. Eso sí, lucen muy bien y están envueltas en un maravilloso papel de regalo.

Como estoy haciendo en los últimos artículos, os recomiendo mi nuevo libro sobre educación para mayores de dieciocho, “Educación 6.9: fábrica de gurús”. Lo podéis adquirir aquí (en versión digital o papel) o en ese pop-up tan molesto que os sale. Y sí, me haría mucha ilusión que fuera uno de los diez libros más vendidos sobre educación este curso. 😉

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