Es complejo trasladar a un artículo una serie de pensamientos inconexos acerca de algunos conceptos. Esto es lo que me pasa cuando intento trasladar a este blog lo que pienso acerca de la moda -sí, es una moda porque reúne todos los requisitos- de la innovación educativa. Un concepto que engloba tanto y genera tantas dudas que, al final, lo único que hace es convertir en perversión la necesidad de intervenir sobre ciertos aspectos de la educación para mejorarlos. Ya no es sólo el concepto. Es la facilidad de tirar de él para justificar algunas cuestiones que, por desgracia para los que lo intentan, son totalmente injustificables.

El problema fundamental de la innovación educativa es que, en muchas ocasiones, ni es innovación ni es educativa. Por mucho que algunos se empeñen en redefinir el concepto para adecuar el mismo al siglo XXI, lo que nos están vendiendo como innovación es la recuperación de prácticas que, en la mayoría de ocasiones, ya fueron un fiasco en su momento. Quizás, en plena vorágine de la destrucción de capacidad de raciocinio, bombardeo de medios que dictan normas y, cómo no, mayor instantaneidad de las noticias y su posterior paso al olvido por haber salido una nueva, sea el campo de cultivo idóneo para aquellos que quieren hacer revivals bajos diferentes supuestos.

No, no existe la innovación educativa. Existe la reformulación de situaciones y contextos para hacer cosas difícilmente extrapolables. Y eso, por mucho que algunos pierdan el tiempo publicitando sin cesar las bondades de determinadas metodologías, la necesidad de considerar enemigos a todos aquellos que no piensen como ellos o, simplemente, tengan algún recelo de esos tan lícitos en cuestiones tan sensibles como es la educación, tiene, con suerte, un nulo efecto en el aula. Sumarse a la mayoría de lo que nos venden como innovaciones, es cargar de trabajo al docente que se ha sumado al experimento. No tiene, en la práctica totalidad de modas que nos cuelan, ninguna afección en el aprendizaje del alumnado.

Dejadme hacer un inciso en el párrafo anterior. Que la mayoría de innovaciones no afecten, ni en positivo ni en negativo, al aprendizaje del alumnado, no implica que no tengan un coste de dinero. Ya he hablado del coste, a nivel tiempo para los docentes que se suman a ello pero, lo preocupante es que hay mucho dinero que están moviendo cosas que, al poco tiempo, se demuestran que no funcionan. A ver, coger algo del pleistoceno y meterlo en una pantallita para digitalizarlo, si ya fue un desastre pedagógico cuando se implantó en el pleistoceno, va a funcionar igual de mal en su versión 2.0.

Hay momentos en los que piensas si realmente no se están haciendo ciertas cosas en educación para justificar el atontamiento futuro de la población. Si la crítica contra la clase magistral no es porque algunos docentes son incapaces de realizarla por ser, su nivel cultural, entre lamentable e ínfimo. Si de verdad el uso de dispositivos tecnológicos o apps no es por el simple hecho de ser más fácil esconder la ineptitud de algunos o motivos puramente empresariales. Si, al final, el discurso que nos venden de que está todo en internet no sirve para justificar ciertas actuaciones, falta de recursos intelectuales o, simplemente, gestar audiencias para determinados programas de la tele.

Nos han vendido innovar como hacer las cosas de otra manera cuando, al final, lo único que se hace es buscar algo que valide dicha innovación al margen de cualquier dato objetivo. Ya, tengo muy claro que la memorización per se tiene sus limitaciones pero, lo de llegar al extremo de la comprensibilidad interiorizada de un concepto para entenderlo o, el hecho de llamar innovación a usar un método complejo para aprender operaciones básicas en lugar de que las mismas sirvan de herramientas para estructuras matemáticas más complejas… Sí, lo mismo que leerse un resumen de Kant para el Selectivo con el fin de superar esa prueba. Lo mismo es la innovación educativa que nos están vendiendo.

Creo que hay varios tipos de vendedores de innovación: los que persiguen un beneficio, los que quieren gastar el último cartucho porque no saben qué hacer en su aula y, por qué no decirlo, los tipos que dan clase a los que les toca desprestigiar su asignatura por el simple hecho de que no saben darla ni tienen idea de la misma. Sí, de estos últimos hay y, por desgracia, se están cebando con la venta de determinados discursos pedagógicos.

Harto de modelos innovadores, centros innovadores,  profesores innovadores o países innovadores que sólo sirven para entorpecer cualquier posible mejora educativa. Hemos de reflexionar, aplicar nuestra formación y el sentido común, y  ver que, tras mucho humo y estrategia mediática, hay intereses muy poco serios. Bueno, serios para depende de qué porque, viendo la cantidad de libros que venden algunos, genuflexiones que reciben en sus oratorias vacías de ningún contenido e, incluso, estafas piramidales de egos mal entendidos, hay una sociedad cada vez más perjudicada por esos inventos sin sentido.

A estas alturas de la vorágine innovadora ya no busco que se sea ni ética ni moral. Simplemente busco que alguien me explique el sentido de todo lo que está sucediendo en, para mi gusto, demasiadas de nuestras aulas. El último reducto, mal nos pese porque no debería ser así, de posibilidad de cambio. Y el cambio no lo traerán precisamente aquellos cuya única defensa ante lo que están haciendo es decir que “innovan”. El cambio vendrá de los que consigan que su alumnado aprenda. O que consigan que la mayor parte de ellos lo hagan.

No me hagáis mucho caso. Seguro que innovar es necesario y, la palabra innovación es un elemento imprescindible para la mejora educativa. El problema es que no lo veo porque, al final, yo creo que lo que mejoraría la educación es dejar de dar bandazos legales, asentar las prácticas educativas que funcionan desde hace mucho y proceder, de forma seria y bien diseñada, a modificar las que no funcionan. Y evaluar, claro está, el sistema educativo en su conjunto. Una utopía después de ver qué está pasando en el ámbito educativo y qué discursos nos están intentando hacer colar.

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