No sé si es por hacerme mayor o, simplemente, por ya estar curtido en cientos de batallas dialécticas sobre educación, por lo que hay argumentos que, más allá de chirriarme, me parecen totalmente surrealistas. Y ya no entro en aquellas cuestiones en las que uno siempre acaba retorciendo el discurso para adaptarlo a cada momento a sus necesidades para, o bien ratificarse, o bien seguir manteniendo ciertas prebendas o mantener su chiringuito pedagógico.

Ayer escribí (enlace) acerca de la necesidad de priorizar la enseñanza de ciertos aprendizajes, basados en conocimientos profundos de ciertas cosas, antes de ponernos a hacer otras. Y cuestioné que, en demasiadas ocasiones, se estuviera acudiendo a hacer cosas sin que el alumnado tuviera la capacidad para hacerlas. Un argumento, en principio, sin ningún tipo de fisuras para cualquiera: primero saber cosas para, con posterioridad, poder usar esas cosas que se van sabiendo (conocimientos que se van adquiriendo) para poder hacer otras. Pero bueno, como siempre sucede, hay quienes intentan, torticeramente, cambiar lo que he dicho para defender otras cosas que nada tienen que ver con lo que escribí, como es el caso del siguiente tuit. Un tuit que, por cierto, me ha servido de leitmotiv para este post. Algo que tengo que agradecer a su autor.

Fuente: https://twitter.com/rogerCampru/status/1747671325294870616

¿Os habéis dado cuenta de que siempre se acude al mismo argumento cuando algo se demuestra fehacientemente que es un fiasco? Un argumento que consiste en decir que «algo no funciona porque es culpa de que no se sabe cómo hacerlo». Es decir, la culpa siempre es de los docentes que no saben cómo hacer ciertas cosas en su aula. Una metodología no funciona, por lo visto, porque la práctica totalidad de los profesionales que la intentan llevar a cabo, no saben aplicarla. Una herramienta no funciona porque los docentes somos unos catetos que no sabemos usarla correctamente. Sí, el mismo argumento de siempre.

Resulta especialmente curioso cuando se defiende a capa y espada ciertas metodologías y herramientas que, en la mayoría de ocasiones, se defiendan por parte de personas que jamás han dado clase en etapas donde, supuestamente, van a aplicarse. Resulta curioso que, en caso de estas metodologías (prefiero centrarme en las metodologías frente a las herramientas), siempre se dé la casualidad de que los que las defienden son los que dan cursos de formación a sus compañeros en las mismas. Y que, en ningún caso se especifique las bondades que venden mediante una evaluación de lo que están haciendo. Es al contrario. Dicen que esas metodologías funcionan pero, por lo que se ve, no pueden evaluarse con los mecanismos de evaluación de toda la vida. Lo que debe hacerse es cambiar la evaluación para que dichas metodologías sean un éxito. Lo sé. Es algo totalmente surrealista.

Además, para contraponer su metodología fantástica e infalible, que no funciona por culpa de los docentes y de esa evaluación que nadie sabe hacer, usan un relato en el que se inventan un concepto denominado «metodología tradicional». Parece que metodología tradicional, para esos defensores de esa entelequia pedagógica, sea cualquier metodología que no sea la que venden pero, por desgracia, nunca me han sabido decir cuál es. Por cierto, ya os he comentado en más de una ocasión que no hay ningún efecto mayor de 0.5 (valor a partir del cual se considera que algo funciona) en ninguna de esas cosas que os están intentando vender. Bueno, miento. Hay efectos mayores en aquellas cosas que escriben algunos, sin ningún tipo de base científica ni evaluación, para conseguir seguir vendiendo las bondades de algo. Es que solo hace falta saber un poco de investigación para saber que hay estudios, hechos por ellos mismos, que no funcionan. Y son, normalmente, estudios basados en encuestas. Así que, ya podéis empezar a intuir la calidad de ellos.

¿Realmente os creéis que una metodología o herramienta, que se vende para aplicarse en el ámbito educativo, no funciona porque los docentes la aplican mal? ¿Realmente alguien puede comprar el relato que algunos hacen, para seguir defendiendo ciertas cosas, que el problema es que no evaluamos lo que toca y que, por eso, hay metodologías fantásticas, muy innovadoras (aunque sean más rancias que esa bolsa de patatas que dejamos abierta sin cerrar durante meses), que no funcionan en las aulas? ¿No será que eso que nos están vendiendo, normalmente desde lugares muy alejados del aula o intereses muy poco educativos, no funciona? Es que, al final, no entiendo cómo puede ser que, sabiendo tanto los que venden ciertas cosas, sean incapaces de llevarlas a cabo con éxito, en caso de dar clase en etapas obligatorias, con su alumnado. Bueno, en las redes venden cosas que son maravillosas pero, como he dicho antes, todas las evaluaciones posteriores a su intervención, indican que su alumnado no ha aprendido nada. Bueno, según ellos ha aprendido «otras cosas». Es que tienen frases para defender cualquier cosa. En eso son unos auténticos cracks.

Si el argumento de algunos es que la culpa de que algo no funcione es de los profesionales, de la evaluación que no se hace como debería ser, de que estamos enseñando cosas que no deberían enseñarse o, simplemente, de un concepto denominado «tradición» que, por desgracia, sigo sin saber qué engloba, no se puede establecer ningún tipo de debate. El fanatismo, no solo educativo, se basa en que la culpa siempre es de los no fanáticos porque no saben ver las virtudes de serlo. Y así no se puede. Menos todavía si uno intenta contraponer hechos a opiniones. No te van a dejar y, como siempre sucede, van a mover el discurso hasta que se adapte a lo que les interesa. Y lo que les interesa tiene muy poco que ver con el alumnado que está en las aulas por mucho que digan que piensan en él. Si pensaran en él y le tuvieran respeto, no dirían lo que dicen ni defenderían lo que defienden. Ni crearían clanes ni enemigos entre quienes no piensan como ellos.

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