Hay dos claves principales para tener una buena formación docente: el contenido de la formación y el ponente que la diseña/imparte. Pongo por separado el tema diseño e impartición porque, al menos en la formación a distancia, un curso se replica varias veces, asignando diferentes tutores al mismo. Un curso que, en muchas ocasiones, ni han diseñado los tutores de los mismos y, en más casos de los que sería deseable, ni se han leído su contenido antes de corregir con desgana las actividades que les van presentando sus alumnos. El tema de los cursos a distancia y la falta de feedback en la mayoría es de traca. Lo digo con amplísima experiencia como receptor de esos cursos a distancia y con comentarios recibidos de muchos de mis compañeros. La verdad es que hay auténticos “pasotas” en muchos cursos de formación. Algo lógico si se intuye un poco el proceso de selección de esos ponentes.
Sabéis que nunca me he metido con las empresas que, dentro de su discrecionalidad, deciden elegir a tal o cual persona (docente o no) para que imparta una charla o dé una determinada formación dedicada a profesionales de la educación, familias o alumnado. Jamás voy a entrar en la manera de gestionar el dinero privado, siempre y cuando el mismo se gestione con arreglo a la ley vigente. Una empresa, que obtenga parte de sus ingresos del sector educativo, tiene todo el derecho a contratar a quién quiera bajo la premisa que considere oportuna (ideología, aspecto e, incluso, por motivos que tengan mucho de subjetivos y poco de razonables). No es mi problema. Yo decidiré libremente si acudir a su formación o no. Además, al estar pagado con dinero privado, no se tienen que seguir los criterios que, presumiblemente, deberían imperar para las contrataciones con dinero público.
El problema es la selección de profesionales que realizan las administraciones educativas para dar charlas o cursos. Nunca he visto ningún proceso meritocrático o, simplemente, una selección más allá del típico “conozco a este que tiene un blog o, a éste que es amigo mío o amigo de algunos de los que ya han dado algún curso para nuestra administración”. La selección de los que imparten cursos o dan charlas, tiene mucho de subjetivo, amiguismo e, incluso, de clamorosos ninguneos a quienes, por determinados motivos, se han posicionado ideológicamente en las redes sociales o por cualquier otro medio, contra el partido político que dirige determinadas Comunidades. Uno es difícil que dé cursos para el INTEF si no se posiciona de forma afín, ahora al PSOE, antes al PP (aunque se admiten algunos de ambos porque se sabe que tarde o temprano van a ir rotando) o tiene la “suerte” de tener conocidos ahí. Es algo muy curioso. No se valora la calidad de la formación. Se valora la persona. Se valora su popularidad en las redes. Se valora que tenga un blog. Se valora lo que vende y no lo que sabe. Y así nos encontramos a magníficos formadores y a formadores, entre malos y muy malos. Es cuestión de suerte. Los amiguetes no lo copan todo y a alguno que sabe (por suerte más de uno) tienen que contratar. Eso sí, el proceso… opaco, opaco, opaco.
Veo mucha formación que ofrecen las administraciones públicas que se adaptan al formador. Son, curiosamente, los mismos colegas de metodologías magistrales que trabajan en las asesorías, los que contratan a los que defienden la misma metodología que ellos creen milagrosa y, para ello, se dirigen a los mismos con los que ya comparten a menudo cafés y “quedadas”. Bueno, ahora lo de las “quedadas” para reafirmarse pedagógicamente está en horas bajas, pero los que ya lleváis un tiempo por aquí me entenderéis. Si uno revisa, por ejemplo a los formadores del INTEF verá que curiosamente hay una gran parva de ellos que pertenecen a una determinada asociación o empresa. No doy nombres porque es fácil de encontrar. No hay puntada sin hilo. Todo es muy raro y, en ocasiones, huele demasiado a contrataciones dedocráticas por motivos muy poco profesionales. Y eso que entiendo que si uno no está en las redes, no publicita/vende lo que hace en su aula y se da a conocer, es muy complicado que le llamen para dar un curso. Con lo fácil que sería investigar la trayectoria profesional de la gente que se contrata en lugar de contratar por lo que dicen los propios contratados. Con lo sencillo que sería, por ejemplo, para dar charlas de algo relacionado con la psicología, contar con profesionales, titulados en psicología, que pusieran en valor el modelo o se encargaran de criticarlo con argumentos coherentes, en lugar de contratar a un maestro que cuelga fotos en su blog haciendo mindfulness con sus alumnos. Lo sé. No se busca la profesionalidad de los ponentes ni de los formadores. Se busca otra cosa.
La verdad que, al menos en mi caso, he dejado de hacer mucha formación que ofrecen las administraciones educativas porque, una vez he llegado a ellas, me he encontrado a alguien que, supuestamente era un experto cuyo discurso solo colaba a alguien que no tuviera ni idea del asunto. Está muy bien que te apetezca sacarte un sobresueldo impartiendo cursos y que, conociendo al asesor de turno o al contratante, puedas dar un curso hoy de ABP, mañana uno de inteligencias múltiples y, la semana siguiente, uno de Arduino. El problema es que no cuela. Se puede saber muchas cosas pero, por desgracia, no en suficiente profundidad para poder impartir formación a docentes que, en algunos casos, no vienen a pasar el rato y a certificar el curso, y sí a aprender. He dicho en algunos casos porque, por desgracia, el modelo de gestión de la formación valora por igual el asistir a un curso de Bonsais que a uno de restauración impartido por los restauradores de El Prado.
Y ello me lleva a hablar del currículum de estos formadores. Un currículum que dista mucho de ser la persona más capaz o con más conocimientos para hablar del tema. Personajes que ponen en su exiguo currículum académico, al mismo nivel una titulación universitaria que ser Google Certified, Apple Distinguished o Microsoft Innovative Educator. Es que hay cosas que no hay por dónde cogerlas. Menos aún que nos encontremos impartiendo cursos de programación o tecnología educativa por alguien que no tiene conocimientos tecnológicos. Ya he hablado antes del ejemplo del “experto en psicología”, extrapolable al «experto en neurociencia» que, a veces, tiene un título de Arquitectura, o del mismo que imparte estrategias de lectoescritura, memoria histórica, PBL, creatividad o visual thinking, siendo maestro de Educación Física. Sí, estoy hablando de casos reales. Es que tan solo os pido que os pongáis en la página de alguna administración educativa y busquéis el currículum de los ponentes que imparten ciertas cosas. Además, ya os garantizo que, por ejemplo el INTEF o mi administración educativa sin ir más lejos, a veces ha decidido de prescindir de formadores cualificados, con buenos resultados en la valoración de la encuesta final para poner a personas que no sabes qué hacen ahí. Bueno, lo intuyes si eres un poco inteligente.
Un detalle que me gustaría aclarar a estas alturas: no estoy diciendo que todos los ponentes de los cursos de formación no tengan currículum ni capacidad para impartir ciertas cosas. Digo que hay mucho ponente muy mal cualificado, que entra por procesos muy extraños a dar ponencias/cursos pagados con dinero público. Además, hay algunos que en su currículum ponen que son “especialistas en bioenergética, sincronización de hemisferios cerebrales y terapeutas Gestalt” que también son contratados en ese despropósito que se ha convertido la oferta en neuroeducación o inteligencia emocional. Sin ninguna validez científica, pero trincando del erario público. Vuelvo a repetir que no son casos aislados.
Ser ponente para determinadas administraciones educativas es fácil. Consiste en crear un perfil en las redes sociales (especialmente en los últimos tiempos en Twitter, Instagram e incluso TikTok), generar mucha baba en los comentarios que publicas en esa red y en los foros en los que participas en tus cursos online o, dejarte ver en determinados lugares. La clave es saber no pisar charcos y saber a quién arrimar el ascua. Es fácil de ver solo que te muevas un poco por las redes sociales. Amén, claro está, de no tener ningún tipo de escrúpulo y saber sumarte a los ataques cuando se critica a alguien que cuestiona a ese grupo homogéneo. Por cierto, como he dicho antes, no importa lo formado que estés, el currículum que tengas o lo que sepas. Y ya si te “afilias” a un determinado club que gestiona la formación en determinadas Comunidades o en el INTEF, ya lo petas.
¿Por qué se permite que determinados mindundis den cursos de formación pagados con el dinero de todos? Pues porque los asistentes a los mismos validan lo anterior. Y esa validación, junto con el impuesto revolucionario de hacer horas de no importa qué, para tener puntos para sexenios, concursos de traslados u oposiciones, hacen que el tinglado siga perviviendo.
Como estoy haciendo en los últimos artículos, os recomiendo mi nuevo libro sobre educación para mayores de dieciocho, “Educación 6.9: fábrica de gurús”. Lo podéis adquirir aquí (en versión digital o papel) o en ese pop-up tan molesto que os sale. Y sí, me haría mucha ilusión que fuera uno de los diez libros más vendidos sobre educación este curso. 😉
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