Ayer, mientras estaba cenando con mi mujer y una amiga, salió en la conversación la cuestión de la degradación de la educación (no solo) en nuestro país. Mi mujer, también docente, dijo que lo que daba cuando empezó a trabajar no tenía nada que ver con lo que está dando ahora. Y que la culpa de ello no era solo de la sociedad, que ha cambiado en ciertas cosas a mejor y en otras, como esta, a peor. La culpa también era de los propios profesionales de la educación que hemos acabado, por motivos variopintos, a exigir menos porque la corriente educativa nos lleva a esa reducción de la exigencia.

No es que haya alumnado que no sean, una vez acaba sus estudios y empieza en su profesión, unos magníficos profesionales. No se trata de ignorar que hubiera un porcentaje escandaloso de alumnado que, cuando empezamos en esto o cuando éramos alumnos, abandonaba los estudios. Lo que se trata es de ver, sin ningún tipo de filtro, que está sucediendo. Y lo que está sucediendo es que estamos reduciendo, tanto la exigencia al alumnado como aumentamos la laxitud de nuestras actuaciones en el aula, pasando por alto el terrorismo de baja intensidad que, en muchas ocasiones, se produce dentro de la misma. No me vale decir que están aprendiendo otras cosas. No es verdad.

Los docentes somos seres humanos y nos dejamos llevar por el contexto. Ir contracorriente cada día, agota. Es agotador tener que estar cuestionado y cuestionándote al ver que la sociedad en su conjunto, por desgracia, está apesebrándose a marchas forzadas. Solo demostrando su indignación por las redes sociales. El sucedáneo perfecto, montado por los que mandan, para evitar cualquier tipo de confrontación o cuestionamiento a gran escala.

En una de las viñetas del artista ruso Anton Gudim, que publica en las redes sociales, aparece uno de los grandes logros de los que controlan el cotarro. El haber rebajado el valor de saber de algo y haber potenciado el valor de tener, por ejemplo, una cuenta en TikTok, para hacer eso más importante que ser un verdadero experto.

Fuente: https://twitter.com/like_gudim

Un docente, como he dicho en múltiples ocasiones, puede saber mucho de lo suyo, hacer unas cosas fantásticas en su aula y conseguir que su alumnado aprenda por encima de la media, pero no tiene ninguna visibilidad para que otros lo tomemos como referente. Los referentes, impuestos mediáticamente, con mucha difusión de determinados perfiles, tienen siempre la misma característica: son muy afines a un determinado poder e ignoran, como siempre sucede, la realidad. Una realidad (no solo) educativa que es, a poco que queramos verla, demasiado dura. Eso sí, por suerte cada vez tenemos más temporadas de nuestras series favoritas, más redes sociales que te obligan a pensar menos, más botones de deslizamiento en nuestro móvil y menos concentración a la hora de centrarnos en algo sin estar consultando cada cinco minutos nuestro teléfono móvil. La resistencia ha caído. La corriente se lo ha llevado todo por delante. Los salmones, rara avis hace unos años, han acabado de fenecer.

En la sociedad actual, reflejo de la cual son las aulas, se critica abiertamente a quienes no lo hacen comme il faut (según nuestra, siempre subjetiva opinión). Se potencia el espectáculo de fuegos artificiales. Se encumbra a determinados personajes que, por sus características, tienen muy poco que aportar y, por desgracia, se acaba viendo briznas en todos los que cuestionan el sentido de esa corriente de sucesos, antes de ponerse a analizar las vigas que existen por doquier.

La corriente se me ha llevado. Miente el que diga que nada a contracorriente cada día. Miente el que diga que está luchando en su aula, con todas sus fuerzas, para que la cosa remonte. No es cierto. El agotamiento de nadar contracorriente es inasumible para nadie de forma individual. Y no hay nadie que intente crear un sistema para vencer la corriente, porque la propia corriente ya hace para que lo anterior sea imposible.

No es un artículo pesimista. Es constatar una realidad. Por suerte, como he dicho antes, el sistema aparte de camareros que sepan inglés y personas que lo acaten todo, no se pregunten nada y no generen problemas, también necesita a personas que curen a los que mandan, dirijan sus empresas y sepan qué llevan entre manos. Y no serán los hijos de los primeros porque, al final, una de las características de los que mandan es que hacen que otros hagan el trabajo por ellos. Algo que se les da muy bien.

Finalmente permitidme hablar en clave personal, respondiendo a algunos comentarios que determinados especímenes me han hecho en las redes sociales, por uno de mis artículos en el que hablaba del espectáculo en el que algunos están intentando convertir la docencia. La diferencia entre escribir aquí, dejar libremente que los que os pasáis por aquí donéis o no, compréis alguno de mis libros o no, o, simplemente, la petición que jamás he hecho de que compartáis nada de lo que publico o me sigáis en las redes sociales, entre lo que se está haciendo en algunos casos, es importante. Tan solo hace falta ser inteligente para verlo y tener argumentos para, de forma racional, intentar contraargumentar contra lo que escribo. Se puede. Tan solo es falta de querer comprender ciertas cosas. Eso sí, puedo estar equivocado porque, al final, la opinión de uno es personal e intransferible, basada en experiencias personales y conocimientos previos.

Disfrutad del fin de semana. Un fin de semana en el que, después de la primera semana de clase, estoy agotado. No porque lo haya hecho mejor o peor en mi aula, aunque hay algunas maneras de enfocarlo que creo que han sido equivocadas y toca cambiarlas. Agotado por ser pobre (reaprovecho el aceite del atún), tener que volver a la rutina y todavía no haberme hecho con ella.

Lo más importante del blog es que os paséis por aquí, pero si queréis colaborar en su mantenimiento…


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