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¿En qué (me) afecta lo que se diga en las redes sociales?

Debo reconocer que la respuesta a la pregunta que plantea este post, al menos en mi caso, es clara: en nada. No, a mí no me afecta en nada lo que se diga en las redes sociales de mí ni lo que se comente de lo que digo en ellas. No me quita el sueño (o no debería) ni la gente que comparte mis planteamientos, ni la que se opone frontalmente a los mismos. Y no, tampoco debería hacerlo los insultos, los señalamientos o, simplemente, las argumentaciones en un sentido o en otro. Por suerte, ni vivo de las redes sociales ni, por suerte, tienen ninguna influencia en mi vida. Ni mejoran ni empeoran mi calidad de vida, ni mi trabajo, ni mi relación familiar, ni cambian la toma de mis decisiones acerca de qué voy a hacer con mi vida después de leer algo en ellas.

Tenemos suficientes problemas en nuestro día a día para preocuparnos de lo que digamos o lo que nos digan en las redes sociales. Mientras tengamos claro qué son esas redes y el significado para nosotros de las mismas, iremos bien. Bueno, cada uno que les dé la importancia que considere. Ahí yo no voy a entrar. A mí lo de “vamos a quemar las redes” es algo que me la trae bastante al pairo. Lo mismo que las peticiones en change.org. Algo que no sirve absolutamente de nada. Y, por cierto, me repito… los únicos que deberían dar importancia a las redes sociales, más aún con la que está cayendo (a nivel social, económico, sanitario, etc.) son los que viven total o parcialmente de ellas. Los profesionales que trabajamos en docencia (directa o indirectamente), especialmente los que tenemos un contrato con la administración sine die, deberíamos preocuparnos más por nuestro trabajo que por agradar o desagradar en las redes sociales. Pero bueno, allá cada cual. Si alguien hace patochadas en su profesión, yo me voy a reír. Sí, incluso puedo llegar a llamarle cenutrio, gilipollas o tonto. Eso sí, siempre desde mi perspectiva. Un detalle, un gilipollas es el que hace gilipolleces y un tonto el que hace tonterías. Va, buscadlo en la RAE que me da pereza abrir Google.

Me preocupa nada que un director en su centro pruebe una metodología X, nombre a dedo a sus docentes o, simplemente, se meta en embolados innovadores de una determinada Fundación. Eso es algo que debería preocupar a la administración y a los docentes que están en ese centro. A ver si empezamos a currarnos lo de preocuparnos por lo nuestro antes de preocuparnos por lo de los demás. Ello no obsta a que pueda criticar, desde mi óptica, esa metodología, ese tipo de nombramientos o esa Fundación en, por ejemplo, Twitter. ¿Tiene algún tipo de afección? ¿Les afecta al director y a los docentes de ese centro? Pues no debería porque, al final, son ellos los que deberían mover el culo si les parece mal y aplaudir con las orejas si les parece bien. A ver, que ya somos mayorcitos para saber qué queremos y luchar por ello. Nadie en las redes va a hacer luchas por vosotros si vosotros no la hacéis. Ídem para, por ejemplo, para aquella que han tirado a la calle por los motivos que sea desde una editorial. Su lucha no es la mía. No es mi trabajo buscarle trabajo. Claro que la apoyo (porque apoyo a todo el mundo para que encuentre trabajo) pero, yo no voy a buscar trabajo por ella. Y, por cierto, los que siguen trabajando en esa editorial merecen todo mi respeto. Incluso la propia editorial porque, cuestionar algo en las redes, no implica que no crea en que es positivo que existan empresas que hagan productos para el sector educativo. Además, me parece positivo que existan.

No serán las redes las encargadas de decir que su producto vale o no. Lo será la toma de decisiones de los docentes que los usan y las administraciones que firman convenios con ellas. He trabajado con empresas privadas y funcionan bien. Hay docentes y médicos en la privada, tanto o más buenos -o malos- que en la pública. Uno no es mejor donde trabaje ni algo será mejor siendo público o privado. Otro tema es cuando lo privado se paga con dinero público, por lo que deja de se privado. Y eso, en caso de convenios públicos, obligaría a revisarse muy bien pero, obviar que no hay dinero para que todos seamos funcionarios o chupemos de la teta de lo público, tampoco es de recibo. Pero yendo al leitmotiv del artículo, lo que pueda yo pensar de ello o, más bien lo que diga yo en las redes sociales sobre ese tema, no tiene ninguna importancia.

Un detalle final… no tiene más importancia lo que alguien diga, tenga uno o un millón de seguidores en Twitter o le den mil “me  gustas” en Facebook. Ni tampoco por la cantidad de visualizaciones que tenga su canal de YouTube o lo que lo esté petando en TikTok o Instagram. Esa importancia es falsa y, vuelvo a repetir, salvo que vivas de ello, no tiene (o no debería tener) ningún tipo de importancia.

Lo que pase hoy fuera de esa pantalla de móvil, de tablet, de portátil o de cualquier dispositivo por el que estéis consultando las redes sociales es lo importante. Eso sí, siempre es bueno pasarse un rato por las mismas aunque, reconozcámoslo, tiene de importancia para la inmensa mayoría de la sociedad, entre cero y ninguna. Menos aún porque ya vamos predeterminados a oír lo que queremos oír por parte de los que piensan como nosotros o por los que creemos que son nuestros “amiguetes virtuales”. Y eso, al final, tan solo da un sesgo interesado a todo. Un todo que, vuelvo a repetir, debería importaros entre poco y nada porque fuera de las redes está vuestra vida para la mayoría. Una vida con cosas buenas, malas y mejorables. Disfrutad del día.

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