Llevo bastante tiempo realizando pequeñas actividades/proyectos con mis alumnos. Nunca he pretendido que lo anterior siguiera ninguna pauta escrita, ni he querido establecer parámetros que taxonomizaran lo que hago en el aula. No me gusta la taxonomización de las actividades educativas. No me parece apropiado que, por querer ser puristas (quizás mi percepción es más bien la de considerarlos talibanes) de unas determinadas siglas o manera de hacer las cosas, haya algunos que planteen las reglas de juego para delimitar qué es y qué no es una determinada práctica educativa.

Hace un tiempo, el Ministerio de Educación, en uno de sus diferentes órganos de funcionamiento, publicó guías para trabajar el ABP. Un gran redactado para decir, después de suministrar diferente documentación, lo que se debería considerar ABP. Resulta que alguien que empieza a hacer cosas diferentes en su aula tiene un vademécum que le informa acerca de lo que está haciendo. Sexando al pollo de una manera parametrizada.

Asignar siglas es fácil. Marcar prácticas, o tejer un entramado entre algunos “expertos”, para decidir qué es y qué no es una determinada actuación en el aula, lo único que hace es desincentivar a que muchos docentes se pongan a cambiar las cosas. ¿Es importante guiar en las prácticas educativas? Sí, pero es mucho más importante animar a que los docentes se tiren a la piscina. Y si la piscina sólo está abierta unas horas concretas, exige un gorro de baño de un color determinado o necesita un especialista que diga quién está preparado para nadar en la misma… va a desanimar a más de uno. Especialmente cuando el especialista que dice quién está preparado para nadar en la piscina no sabe nadar ni conoce, más allá de las fotos, qué es una piscina.

Odio a los puristas. Odio a los talibanes que deciden los límites de su tribu y solo admiten a determinados miembros. Me causa alergia la lectura de prospectos de uso de prácticas educativas que dejan poco margen a la improvisación. Me preocupa que, en demasiadas ocasiones, ser talibán provoque el efecto contrario de lo que se pretende. Porque, seamos sinceros, ¿alguien cree realmente que un docente va a hacer cosas diferentes cuando le dicen que debe hacerlas de una determinada manera? ¿Alguien considera que un docente no está capacitado para adaptar la metodología que más le interese a su aula? ¿A algún alumno o docente le preocupa realmente que las actividades o proyectos que esté realizando con sus alumnos sean ABP, flipped u otra cosa? A mí me preocupa poco que me pongan un sello certificando que lo que hago se engloba dentro de unas determinadas siglas. A mí, como a la mayoría de docentes, lo que realmente nos preocupa es que las actividades que llevemos a cabo en el aula tengan algún sentido y sirvan para algo a nuestros alumnos. Lo de las siglas, sinceramente, nos la trae bastante al pairo.

Reconozco que las siglas sirven, como sirve casi todo lo que se está mediatizando en educación, para que cuatro saquen tajada. Hoy he vuelto a ver que, dentro de nada hacen unas jornadas de “no sé muy bien qué”, en las que, como estrellas y expertos en educación están los responsables tecnológicos de Microsoft, Google, HP, Mar Romera y César Bona. Con algunos artistas invitados que también intentan trepar en la pirámide trófica del trinque educativo. Y, sinceramente, no puedo menos que sentir arcadas. Las mismas que siento cuando leo noticias sobre educación en determinados medios, oteo determinadas conversaciones en las redes sociales o, simplemente, aparecen los talibanes de determinadas siglas.

Por cierto, del tema talibanes y siglas hablo profusamente en ese libro que he publicado hace poco y que, por desgracia, os molesto tanto haciendo promoción.

Como estoy haciendo en los últimos artículos, os recomiendo mi nuevo libro sobre educación para mayores de dieciocho, “Educación 6.9: fábrica de gurús”. Lo podéis adquirir aquí (en versión digital o papel) o en ese pop-up tan molesto que os sale. Y sí, me haría mucha ilusión que fuera uno de los diez libros más vendidos sobre educación este curso. 😉


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