Estamos finiquitando el curso. A lo largo del mismo, han sido muchos los medios que se han hecho eco de metodologías “fantásticas” que permiten, sin ningún tipo de material de apoyo y, por el simple hecho de las ganas que les ponen los chavales, basándose en teorías pseudocientíficas o por el trabajo que hacen determinados docentes preparando materiales, la excelencia educativa. Innovación a golpe de titular.

Eliminación de libros de texto, DUA como mantra, gamificación, neurocosas, uso de vídeos o, simplemente, mesas de diálogo para decidir qué quieren aprender los alumnos y de qué manera. El docente reducido a animador, creador de materiales audiovisuales o, simplemente, mesías de su paraguas amarillo. La verdad es que mola poder pertenecer a un grupo y que se distinga esa pertenencia desde un helicóptero que sobrevuele los centros educativos. Nada mejor que destacar ante el resto, criticar a los que no usan tu color o, simplemente, ir vendiendo a diestro y siniestro, ciertas supuestas soluciones educativas.

El problema de lo anterior es que, por mucho que nos vendan que el paraguas amarillo nos ayudará mejor a capear el temporal, lo importante es que el paraguas esté en buen estado. Confundir interesadamente el color con la funcionalidad de esa herramienta que, tan bien nos va para no mojarnos en día de lluvia, no hace que ese paraguas sea mejor. Y, seamos sinceros, ¿preferimos escoger un paraguas en función de su color o de las posibilidades que tenga el mismo para que no nos mojemos?

A menos que a alguien le guste la lluvia y llegar bien mojado a casa porque, de pequeño tuvo un trauma con esos charcos a los que le prohibían acercarse, la mayoría del personal queremos no mojarnos. Menos aún cuando mojarse implica cambiarse de ropa. Estar mojado no mola. Bueno, al menos a mi no me apetece proceder a cambios continuos de ropa interior por llegar a casa calado hasta los huesos.

El problema es que los medios y en las redes sociales solo se ve el paraguas amarillo. Solo se entrevista al que, por determinados motivos, ha elegido ese color para destacar ante el resto o, simplemente, porque ha pervertido el color a la usabilidad del paraguas. No es malo que a uno le guste el color amarillo. Lo malo es que algunos intenten decirnos que el color amarillo, seleccionado entre muchos por una simple cuestión de apariencia o negocio, sea el que deberíamos llevar todos. Por lo visto si uno no lleva paraguas de ese color se moja aunque, que yo sepa, nadie se ha mojado por llevar un paraguas negro, azul o verde si lo ha usado como tocaba.

Comprar un paraguas por su utilidad y cambiarlo solo cuando deja de hacer su función es algo que va en contra del modelo (no solo educativo) que algunos quieren imponer. Algunos seguiremos luchando contra esa imposición a comprar uno de ese color porque, como he repetido continuamente a lo largo del artículo, lo importante del paraguas es que permita a quien lo usa no mojarse. Y da igual que sea amarillo, verde, marrón o a topos.

Por tanto, al menos en mi caso, seguiré con mi paraguas de flores color miel este curso, hasta que se rompa o deje de hacer su función. Se abre fácilmente, las varillas son resistentes y tiene un diámetro apreciable para cubrir mi fantástica figura. Y me da la sensación de que, si lo cambio, será para que el nuevo paraguas haga mejor su función principal: la de impedir que me moje.

Como estoy haciendo en los últimos artículos, os recomiendo mi nuevo libro sobre educación para mayores de dieciocho, “Educación 6.9: fábrica de gurús”. Lo podéis adquirir aquí (en versión digital o papel). Y sí, me haría mucha ilusión que fuera uno de los diez libros más vendidos sobre educación este curso. Además, adquiriéndolo ayudáis a mantener este blog.


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