No leo mucha literatura educativa. Tampoco leo mucha literatura de esa que recomiendan como imprescindible, ni veo películas recomendadísimas en las redes sociales, cuando el argumento para defender el valor añadido de hacerlo, depende del escritor, el director de la película o alguno de sus actores. Un buen escritor no es sinónimo de que escriba un buen libro. Un buen actor o director de una película, no hace la misma mejor o peor. Además, al igual que con el tema de los culos, con las opiniones acerca de la calidad de los escritores, directores,… o lo que leemos o visionamos, pasa lo mismo. Cada uno tenemos el nuestro. Y ojo, ello no implica que, en mi caso, no lea mucho ni sea un fanático de ver determinadas películas y series.

Aprovecho que hace un par de días, un director muy conocido en las redes sociales, informa de la publicación de su primer libro en septiembre para centrarme en lo absurdo de valorar la calidad de algo (en positivo o en negativo) sin haber abierto las tapas de ese libro. O en juzgar su libro por si me cae bien o mal esa persona por lo que dice en las redes. Lo mismo que sucedió hace unos meses con otro libro, también escrito por un docente, en el que cuestionaba el pedagogismo. Un libro que, curiosamente, fue criticado antes de su publicación, sin haberse leído, por parte de algunos que ahora dicen lo bueno que va a estar el libro del director tuitero (lo siento, Twitter como marca ha desaparecido, pero tuitero sigue siendo guay). Y eso es un error. Lo mismo si lo extrapolamos a las decisiones (no solo) educativas.

Deberíamos juzgar qué se escribe, qué película acaba viéndose en los cines o en la plataforma de turno, qué decisión política se toma, qué hecho ha sucedido, qué… con independencia de quién sea el que está tras esas cosas. A mí me da igual que un libro lo escriba alguien que me cae bien o mal. A mí, lo que debería importarme si adquiero ese libro y gasto mi tiempo leyéndolo, es que me guste. Más allá de que me diga lo que quiero oír. Quiero que aporte. Quiero que cuestione. Quiero que me haga pensar. Ojo, estoy hablando en general. Ya me he ido de los ejemplos utilizados.

Al igual que puedo ir a almorzar a un bar recomendadísimo y puedo salir defraudado, también me puedo equivocar al comprar algo por la tapa o por quién me lo vende. Los gustos son muy particulares. Eso sí, lo que deberíamos hacer siempre es hablar de los qué por encima de los quiénes. El problema es que es mucho más fácil juzgar el quién porque, al final, juzgarlo en positivo o negativo, hace que podamos pertenecer a un selecto club de los que tienen los mismos líderes de opinión que nosotros aunque, por desgracia, tengamos que comprar el pack completo.

Quizás no se entienda muy bien qué he querido decir en el artículo pero, estando de vacaciones y habiendo estado todo el día de ayer en Aquarama, poco se me puede exigir en el post de hoy.

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