En el día de ayer leí que uno en las redes sociales decía que cuestionar el DUA era estar contra los Derechos Humanos. Joder, algunos ya se están pasando, con ciertos discursos y afirmaciones, todos los pueblos habidos y por haber. Es que, a diferencia del nivel del alumnado, que es el mismo que hace décadas, el nivel de algunos, ya machuchos, cuando hablan de temas educativos, es ínfimo.

No puedo entender que cuando uno publica una investigación, supuestamente bien realizada o basada en ciertas evidencias, haya alguien que le cuestione la misma. O que le diga abiertamente que lo que busca son evidencias que ratifiquen su posicionamiento educativo. A ver, que lo importante es buscar argumentos para ratificar nuestras posturas. Si no hay argumentos y las investigaciones nos dijeran otra cosa, cambiaríamos de postura. Al menos es lo que haría yo. Pero, sabéis lo más surrealista del asunto. Que los que critican las investigaciones que aportan otros, diciendo que solo buscan las que digan lo que quieren oír, se apuntan a incorporar en otras argumentaciones una única investigación que defiende lo que ellos sí que defienden. Es que es todo tan surrealista.

Y ya, cuando no tienes más argumentos, acudiendo al ad hominem, al hombre de paja o al típico… es que tú no quieres salir de tu zona de confort. Todo aderezado, claro está, con defensas a postulados educativos que distan mucho de ser contrastables por nadie más que el grupillo que los defiende. Es que a algunos se les da muy bien pintar cerebros de colorines. El problema es que no se les da igual de bien usar el suyo.

Ya puestos a pisar charcos entro en aquellos que, curiosamente sin ningún tipo de autocrítica, hablan de que la culpa es de sus compañeros. Claro que sí. La culpa de que en un aula masificada, con alumnado con dislexia, déficit de atención, asperger, down, etc., no puedas atender correctamente al alumnado, es del que está delante de ellos intentando dar clase. Es que hay que reírse. Especialmente cuando algunos que defienden lo anterior, si alguna vez dieron clase en etapas obligatorias, huyen de ciertos grupos. Es que no cuela. No cuela tampoco el discurso defendiendo una cierta pedagogía basada en autores que, como siempre digo, no soportarían ni un round en tercero de Primaria. Ya no digo en primero de ESO de mi centro o en el aula de cualquiera de los compañeros que critican. Yo no quiero un Freinet y un Vigotsky en mi aula. Quiero recursos, profesorado de apoyo y especialistas en determinadas cuestiones. Y no, a pesar de que lo repitáis, sin recursos no puede mejorarse la educación. No es culpa de los profesionales que estamos en el aula.

Lo de la motivación. ¿De verdad os creéis que cuando los docentes entramos en el aula no tenemos ganas de que nuestro alumnado aprenda? ¿Pero realmente sabéis qué es dar clase? Los que decís lo anterior, desde vuestros púlpitos, idos a la mierda. Claro que sí. A la mierda. Me encanta mandar a determinados personajes a la mierda. Es que no hay otra cosa que pueda hacerse con vosotros. Además no tenéis interés en saber qué sucede en el aula. Solo os interesa el típico discursito, plagado de falsedades, que difundís en las redes sociales y en los medios que os dan cancha. Por cierto, da más cancha criticar al profesorado que criticar y pedir recursos a la administración. Es lo que tienen las líneas editoriales y la genuflexión ante determinadas organizaciones o ideologías.

Un detalle, yo llevo veinticinco años en docencia y enseño como puedo. Dependo tanto de mi alumnado (adaptándome a él), como de los conocimientos que he ido adquiriendo con la experiencia. Sí, la experiencia es un grado. Y siempre es positiva. Esto de criticar la experiencia de un docente es algo tan clásico y desmontable que ya cansa. Al igual que hablar de lo malos que son los que ponen deberes o hacen exámenes. Hay cientos de maneras de evaluar y cada docente elige la suya. No pasa nada. El que conoce al alumnado es el que los tiene delante. No el que desde un despacho de una Facultad dice cómo debe ser ese alumnado. Ni el que, en las redes sociales, vuelca su incapacidad profesional pensando que todos sus compañeros son igual de malos que él. Que no pasa nada, repito, por hacer un poco de autocrítica. Yo la hago cada día. Es sano hacerla. Eso sí, hacerla no implica difundirla. Es que la necesidad de difundir todo lo que hacemos, todo lo que pensamos y todo lo que suponemos, es contraproducente. Hay algunos más interesados en decir qué tienen que hacer los demás que en hacer ellos. Siempre con los mismos perfiles académicos y profesionales. Será casualidad.

Lo de los no-debates educativos es surrealista. Es surrealista que se pueda hacer caso a alguien que hable de metodologías únicas, de inclusión como algo excluyente, que trate de enemigos a todos los que no piensan como él o, simplemente, que sin haberse subido las mangas y sudado en determinadas clases, vaya dando lecciones a los demás. Es que ya cansa.

El ínfimo nivel de debate educativo de algunos es de análisis. Eso sí, lo que más me sorprende es cómo consiguen colocarse dando cursos, con dinero público, de cosas que no conocen, vendiendo su falta de argumentos o retroalimentándose con algunos de mis compañeros (una minoría) que se creen sus arengas. Arengar en educación solo cuela para espíritus débiles. Y cada vez las caretas tienen las gomas más sueltas.

Disculpad el rollo y la incoherencia, pero es que resulta muy difícil el debate educativo en los últimos tiempos. Especialmente por la falta de nivel de algunos de los que afirman y defienden ciertas cosas.

Como estoy haciendo en los últimos artículos, os recomiendo mi nuevo libro sobre educación para mayores de dieciocho, “Educación 6.9: fábrica de gurús”. Lo podéis adquirir aquí (en versión digital o papel) o en ese pop-up tan molesto que os sale. Y sí, me haría mucha ilusión que fuera uno de los diez libros más vendidos sobre educación este curso. 😉


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