Hay algo que encuentro necesario y que, por desgracia, no sucede. Estoy hablando del acompañamiento de los docentes la primera vez que entran en un centro educativo y la necesidad, por parte de alguien, de darles unos breves consejos, más allá del funcionamiento específico de cada centro. Más allá de los horarios, los grupos que tienen que dar o, simplemente, un dossier que reparten en algunos centros con instrucciones básicas de funcionamiento, hay charlas que deberían ser de recibo, impartidas o bien por los equipos directivos o por los inspectores, que deberían recibir los que, con mucho miedo (al menos es lo que me pasó a mí) y respeto, entran por primera vez de su vida en un aula y se sumergen a las dinámicas de un centro educativo.

Es por ello que me apetece escribir este artículo para compartir, siempre desde mi perspectiva, lo que hubiera querido que me dijeran el primer día, ya hace veinticinco años, que empecé en esto. Así pues, permitidme que os las diga. Y repito, siempre es algo que me hubiera gustado que me dijeran a mí y nada extrapolable, a lo mejor, a lo que les hubiera gustado a otros de mis compañeros que les dijeran.

No tienes que saberlo todo

Es normal, al pisar por primera vez un aula con alumnado real, que tengas dudas, que no conozcas todos los contenidos, que no sepas cómo resolver todas las situaciones. Lo importante es ir aprendiendo, buscando fuentes de información fiables, consultar a tus compañeros y buscar ayuda, especialmente de los que ya llevan años en la profesión, en caso de que la necesites. No es malo no saberlo todo. Nunca, por años de experiencia que tengas, acabas sabiéndolo todo

No tienes que hacerlo todo

Es imposible, y más con la presión burocrática de los últimos tiempos, que puedas atender a todo lo que se te pide. Es imposible preparar todas las clases en detalle, corregir todos los trabajos y exámenes de un día para otro, participar en todas las actividades. No pasa nada por decir que no puedes colaborar en ciertas cosas. Tienes que hacer lo que puedas. Eso sí, hazlo bien. O, al menos, inténtalo porque ya verás que hay cosas que, por mucho que pienses que tienen que salir de una manera, salen de otra.

No tienes que gustarle a todo el mundo

Es inevitable que no caigas bien a todo el alumnado, familias o compañeros. No pasa nada. La docencia es una profesión y no todos pueden ser tus amigos. Tu vida está fuera del aula. Algo que no implica que no intentes llevarte bien con todo el mundo, ser respetuoso, profesional y, lo que es más importante, coherente. No hay nada peor que un cambio continuo de posturas para intentar agradar. Además, por desgracia para ti, eso se ve a la legua y causa mucho rechazo. Mejor ser como eres y ser un buen profesional. Lo sé. Se pasan muchas horas en el centro y mejor tener un buen ambiente con tus compañeros, pero el ambiente, salvo que seas un metemierda o alguien muy repelente, será bueno para ti con la mayoría de ellos. Eso sí, por favor, no te tomes jamás las críticas como algo personal. Si te las tomas así lo vas a pasar muy mal.

No tienes que ser perfecto

Todos hemos cometido, cometemos y vamos a cometer errores. Eso no nos hace peores docents. Nos hace humanos. Lo importante es reconocer tus errores y no enrocarte en ellos, pedir disculpas y aprender de ellos para no volver a cometerlos. Congratúlate por lo que sale bien. Busca siempre mejorar. Y solo se mejora cuando se ven las carencias de uno.

No tienes que estar solo

La docencia es una tarea muy solitaria. Especialmente porque en el aula estás, en la mayoría de ocasiones, solo y no tienes a nadie para compartir tu experiencia o lo que te está pasando. Sería fantástico que el primer año de entrar en el aula estuvieras acompañado por un compañero con experiencia pero no va a ser así. Intenta buscar el apoyo de tus compañeros y participar en determinados proyectos que se monten en el centro. Eso sí, siempre con las limitaciones que supone el primer punto de “no deber hacerlo todo”. Sentarte al lado de la máquina de café en alguna hora de descanso o ir al bar, si hay esa suerte en tu centro, es algo clave para no estar solo.

No tienes que estar siempre disponible

Ser docente es muy absorbente y, por ello, necesitas forzar una desconexión. No puedes estar 24/7/365 pendiente del trabajo, ni responder a todas las consultas, ni atender a todas las cosas. No hay nada urgente ni de vida o muerte. Tienes que establecer unos límites, unos horarios, unas normas. Tienes que cuidar de tu salud física y mental, de tu vida personal y familiar, de tus aficiones y pasiones. Tienes que tener tiempo para ti, y para los tuyos. Si no lo tienes vas a acabar quemado en poco tiempo. Especialmente recomendable es no consultar el correo del centro en fin de semana y organizarte para poder acabar el viernes con todo lo que tengas más prioritario.

No tienes que seguir el libro de texto

El libro de texto es una herramienta, no un fin. Un detalle, un libro de texto no es el currículo. Debido a ello no tienes que ceñirte a lo que dice el libro, ni hacer todas las actividades, ni seguir el orden establecido. Tienes que adaptar el libro a tus alumnos, a sus necesidades, a sus intereses, a sus ritmos. Tienes que complementar el libro con otros recursos, con otras metodologías, con otras propuestas. Tienes que ser creativo, y crítico, con el manual (mejor esa palabra que libro de texto) que, aunque ayude y mucho los primeros años de docencia, tiene múltiples carencias. Especialmente en lo que se refiere a la adaptación del mismo al aula. Algo que ya irás viendo con la experiencia.

No tienes que controlarlo todo

No se puede prever todo lo que va a pasar en el aula, ni anticiparte a todas las reacciones, ni evitar todas las dificultades. Tienes que estar preparado para el reto que supone dar clase. Tienes que saber adaptarte, improvisar y resolver. Saber improvisar es clave y por ello, no importa si tienes planes B, C o D. Al final vas a encontrarte en situaciones en lo que nada de lo que habías planificado en tu cabeza puede funcionar y debes ser ágil en encontrar algo alternativo a todo lo que pensabas.

No tienes que ser el protagonista

Ser docente implica una gran influencia, pero también una gran humildad. No eres el centro de la clase. Eres el que más sabes de lo tuyo dentro del aula y, por ello, debes trasladar ese aprendizaje al alumnado. Para ello tienes que escuchar a tu alumnado y darles voz. Tienes que fomentar su autonomía y saber qué necesitan. En definitiva, adaptarse a ellos. Sin descuidar, claro está, tu objetivo principal de transmisor de conocimiento. Aprovecho este punto para recomendarte, especialmente en la era de “publicarlo todo en las redes sociales” que no intentes usar tu trabajo como trampolín mediático. Tu alumnado no se lo merece. Respétalos. Respeta tu profesión.

No tienes que olvidar tu profesionalidad

Puedes ser docente vocacional o no vocacional. No va a importar. Lo importante es que te exijas profesionalmente para ser cada vez mejor. Si te exiges, con los límites que he dicho en puntos anteriores, mejoraras tu praxis y lo que aprenden tus alumnos. No puedes ir tampoco a sufrir. Si sufres cada día que entras en un aula, quizás el problema sea que la profesión no encaja contigo. Y sí, va a haber días de mierda pero, si todos los días son de mierda, te va a afectar mucho a nivel personal. Algo que deberías tener en cuenta si quieres seguir en una profesión que, como mínimo, va a durar más de treinta años de tu vida y en la que hay mucho contacto personal muy intenso.

No sé qué pensáis. A mí me hubiera gustado que alguien se hubiera sentado conmigo y me hubiera dicho estas cosas. Quizás no les hubiera hecho, en el momento de entrar, pensando en muchas ocasiones que me iba a comer el mundo, demasiado caso. Pero, al final, nadie se come el mundo y la docencia, al igual que otras profesiones, se basa más en la profesionalidad y la experiencia que en los inventos con gaseosa. Haced caso de las personas con canas. Ellos, seguramente, han pasado por todas las etapas que vosotros vais a ir quemando. Vale la pena escuchar qué os tienen que decir. Siempre vale la pena escuchar y ser humildes porque, al igual que en cualquier otro trabajo, nadie nace aprendido.

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